Un reportero que está escribiendo una suerte de perfil sobre Rosa Icela Rodríguez, la mujer de la que más se habla últimamente en México, te busca para que le cuentes lo que sabes sobre ella, ahora que ha aceptado el cargo de secretaria de Seguridad Pública federal.
Piensas en qué le contarías y lo primero que se te viene a la mente no es la perseverancia de Rosa Icela. O sí. Sólo que lo haces a través del recuerdo que conservas de las 70 coordinaciones territoriales, dirigidas por mujeres e ideadas por López Obrador, que ella aterrizó en mayo de 2001 y de las que fue jefa con Marcelo Ebrard, cuando éste gobernó la Ciudad de México.
Le recomendarías buscar a Manuel Durán, uno de los reporteros que más entienden la ciudad. Fue él, en el suplemento Enfoque del 6 de marzo de 2005, quien publicó sobre las comandantas de Andrés Manuel, esas mujeres que eran los ojos y los oídos del gobierno de López Obrador; mujeres que se encargaban de vigilar y de registrar los índices delictivos en cada calle de la ciudad.
“Todas, funcionarias del gobierno capitalino. Todas, con la misión de registrar desde el asalto automovilístico hasta el análisis de los perfiles personales y familiares de los criminales del barrio o de la zona que les ha tocado comandar”, escribe Durán. “Sólo es necesario un reporte de algunas de ellas para que un policía sea cambiado”, le dice a Durán el entonces secretario de seguridad pública Joel Ortega.
En el texto de Durán, retomado por Alejandra Lajous en un libro que publicó en 2006 "AMLO: entre la traición y el temor", se revela que Rosa Icela le escribió una carta a su hija cuando creó la primera coordinación: Cuauhtémoc 3, en Tepito, donde entonces se movían 150 millones de pesos al día y donde al asesinado de la mañana lo opacaba el asesinado de mediodía.
En esa carta, Rosa Icela le confiesa a su hija que tiene miedo de confrontar a los policías todas las mañanas, que tiene miedo de meterse a los vericuetos de las vecindades y de las callejuelas. Que tiene miedo, pues, porque sólo los machos no tienen miedo. Pero ella se metió, no sólo con la policía, sino que entró pavimentando calles, atendiendo a la gente, entregando becas y programas sociales. Llevó deporte, cultura y consiguió el más grande número de detenciones que ha habido en Tepito.
Casi veinte años después, con números en la mano, podrías decirle a tu colega que, con López Obrador, las coordinaciones contuvieron la espiral de violencia que asolaba a la ciudad. Que disminuyeron los delitos con Ebrard (los mejores números hasta hoy). Y que con Mancera ya no funcionaron porque éste entregó la seguridad pública a un grupo político, grupo que parecía más un espejo del crimen que los salvadores de la ciudad.
Le contarías a tu colega que se acordara de aquellos años, entre 2007 y 2011, cuando a la capital emigraban personas que padecían la guerra que en todo el país desataron Felipe Calderón, Genaro García Luna y algunos militares. Mientras el gobierno federal le compraba armamento a George W. Bush y Calderón le decía que “quería todos los juguetes de la serie 24”.
Mientras ese armamento comprado era entregado a los narcos mexicanos, vía Rápido y Furioso, en la que ya llamábamos Ciudad de México, Ciudad de Vanguardia, Rosa Icela era nombrada secretaria de Desarrollo Social local y establecía las jornadas de desarme voluntario. Jornadas donde la Iglesia, la policía capitalina y el Ejército participaban: unos para recibir las armas y pagar, y otros para destruirlas ahí mismo.
Mientras Calderón se vestía de militar, le remarcarías a tu colega, Rosa Icela creaba ministerios públicos especializados, durante su paso por el Instituto del Adulto Mayor, en la era de Ebrard, quien, por cierto, estuvo a punto de no incluirla en su gabinete. Pero fue por su trabajo con que se ganó la confianza de Marcelo.
Y como eres un desparpajo en tus ideas, del tema de la seguridad pública darías un salto hacia atrás y le platicarías que Rosa Icela tuvo que ver con la candidatura de López Obrador a la jefatura de Ciudad de México en 2000. Esa historia no se la escuchaste a ella, sino a René Bejarano, quien tuvo que viajar a Tabasco, junto con otros militantes del PRD, para convencer a Andrés Manuel de abandonar su gira de los cien pueblos y que aceptara la propuesta de ser el candidato al gobierno del Distrito Federal, antes, mucho antes de que se llamara Ciudad de México.
Para dejar claro que Rosa Icela tiene su historia con López Obrador, no sólo le contarías que ella, como reportera de La Jornada, cubrió el segundo éxodo por la democracia donde Andrés Manuel y centenas de personas caminaron desde Villahermosa hasta el Distrito Federal.
También le contarías que ella era de las pocas personas que no le mentía a López Obrador en las reuniones de gabinete. Que te acuerdas de que cuando salía de trabajar a media noche y volvía tres horas después a la oficina para entregarle, antes de las 6:00 de la mañana, un informe detallado a Andrés Manuel.
O podrías contarle que Rosa Icela también intervino en las investigaciones que descubrieron el complot que, en 2004, se orquestó en contra de López Obrador.
En el libro Derecho de Réplica, que escribió Carlos Ahumada, uno de los conspiradores, se confirma lo que les había dicho a los cubanos en el famoso interrogatorio en Villa Marista: que Carlos Salinas y Diego Fernández de Cevallos organizaron el complot. Un comandante de la policía judicial del Distrito Federal, Hugo Moneda, le habría contado a tu colega detalles de aquella investigación, que abarcó al extinto diario El Independiente. Por desgracia, los propios compañeros de Moneda lo asesinaron en 2008. Cosa de machos.
De los complots podrías transitar al tema de Mancera para platicarle que el hoy senador le debe a Rosa Icela haber pisado la ONU, en 2017, para presentar la primera Constitución de la Ciudad de México, después de un largo proceso de reforma política que le dio la mayoría de edad jurídica a los capitalinos.
Fue ella, Rosa Icela, desde la modesta Secretaría de Desarrollo Rural local, la que empujó que la constitución local abrazara la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, donde se obliga al gobierno consultarles cualquier acción pública que les afecte. Todo, pese a que para entonces Mancera la tenía alejada de cualquier decisión, pues un grupo político había circulado entre los columnistas del momento que Rosa Icela había operado en contra del PRD en las elecciones locales de 2015.
Perdiste contacto con ella por esas cosas del trabajo, pero le podrías contar a tu colega que sabes que Rosa Icela estuvo en el cuarto de guerra de la campaña de Claudia Sheinbaum. Ahí, junto a Tanya Enríquez, César Cravioto, Alejandro Encinas, José Alfonso Suárez del Real y René Cervera, se diseñaron maniobras contrarias a la que recurrió Alejandra Barrales.
Mientras Rosa Icela y compañía le apostaban al recorrido de colonias, a las redes sociales, a las propuestas viables y, claro, a la ola de López Obrador, los presuntos estrategas de Barrales creían que perseguir y denostar a Sheinbaum les redituaría en las elecciones. También creyeron que con dinero a los periodistas se borraría la oscuridad de ciertos candidatos que postuló la alianza del PAN y PRD, sobre todo en las alcaldías de Coyoacán, Cuajimalpa, Venustiano Carranza y Gustavo A. Madero.
Y ya que mencionas al periodismo, le platicarías cómo conociste a Rosa Icela. Fue en diciembre de 1995, haciendo guardia afuera de la casa del ex presidente Luis Echeverría, a quien Salinas había acusado en una carta pública de conspirar en su contra (risas).
Tú eras un don nadie que usaba corbata-reforma y que, como no tenías ningún contacto, te sentías perdido, angustiado, hasta que Rosa Icela te tendió la mano. Ella era entonces una de las mejores reporteras de La Jornada, usaba jeans, vestía playera, calzaba tenis y tenía fuentes hasta por debajo de las piedras.
Su fama no la pescó en La Jornada, sino en La Afición, en una pequeña redacción en la calle de Ignacio Mariscal. Desde ahí, superó a los grandes machos de la época, ganándoles la nota. Eso no lo sabes tú, sino Óscar Camacho, uno de los mejores periodistas de la generación de Rosa Icela. “Rosa Icela trajo las notas espectaculares”, te ha contado Camacho y tú te has acordado de las notas de ocho que publicaba La Jornada sobre el narcotráfico.
Rosa Icela, deberías decirle a tu colega, fue de las primeras mujeres en meterse al tema del narco. Como también fue la primera mujer que tuvo el cargo en el área de comunicación social de la entonces Asamblea Legislativa, donde Martí Batres era el líder de la bancada perredista. En las hemerotecas, donde ya casi nadie se asoma, están las notas del paso de ella por la Asamblea: eliminó el chayote, transparentó los datos.
Tal vez con un poco más de tiempo, le dirías que Rosa Icela sigue siendo esa mujer fuerte y honesta, pegada a la tierra, que conociste. Una que habla sin pelos en la lengua, lo que, al menos a ti, te hace sentir cómodo de inmediato. Le dirías, también, que ella no es rencorosa, pero tampoco olvida. Que por la buena, se sienta, aguanta. Pero tiene fama de sacar su mal carácter con los que no cumplen o mienten.
Que ha aprendido la juerga policial así como aprendió a leer y a escribir en una escuela indígena de la huasteca potosina, donde su mamá era la única profesora para los seis grados. Que está orgullosa de sus raíces. Que es una lectora voraz, seguidora de José Revueltas. Que conoce la ciudad como conoce el camino que la lleva a su casa. Que conoce cómo actúa el crimen, pese a que los periodistas y opinadores de bolsillo propaguen lo contrario.
Le dirías que lo más extraño de todo es que Rosa Icela no ha buscado ningún cargo. Apenas hace unos meses dejó la Secretaría de Gobierno de la capital, era la segunda a bordo de la administración Sheinbaum, por el llamado que le hizo López Obrador para que entregara a los marinos el control de los puertos del país. Ahora va por la pacificación del país.
“Esa es la clave”, le dirías a tu colega que te dijo Rosa Icela hace unos días. También te dijo “Viva” cuando le preguntaste cómo estaba de salud. Después de sobrevivir a la covid, de pasar 18 días en el hospital y sortear un mes de secuelas, Rosa Icela cree que lo que le queda de vida de algo servirá. Todo eso le dirías a tu colega, pero aún no has decidido responderle.
dmr