Ese miércoles 6 de febrero, por la madrugada, mientras Jorge VI pasaba sus últimos minutos de vida tras luchar contra el cáncer durmiendo en su alcoba en Sandringham House, su primogénita, la aún princesa Isabel, no se encontraba en esa casona de campo.
Ni siquiera estaba en Londres. Para ser precisos, estaba a más de 6 mil 200 kilómetros al sureste de la capital británica en medio de la selva keniana.
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Existe un librito (apenas rebasa las 40 páginas y, al parecer, sin traducción al español) titulado Tree Tops. En él, Jim Corbett - naturalista, y escritor, famoso por proteger a la fauna aunque son memorables sus acciones de caza selectiva contra tigres que asolaban pueblos y ponían en peligro a los campesinos- cuenta detalles de su convivencia con la joven pareja formada por Felipe e Isabel en su estancia en el Parque Nacional Aberdare en esos días.
En sus páginas escribió unas líneas que han dado forma a una especie de leyenda al momento en que la corona británica recaería sobre la entonces duquesa de Edimburgo: “Por vez primera en la historia del mundo, una joven subió a un árbol un día como princesa y (…) descendió al día siguiente convertida en reina”.
Corbett se refería a que la joven de 25 años pasó la noche del 5 al 6 de febrero en una rudimentaria habitación de una plataforma de caza –ella, sólo capturaba animales con una cámara fotográfica- entre las ramas superiores de una enorme higuera africana.
En esa madrugada, en los límites con el amanecer, mientras Isabel dormía princesa –en la copa de un árbol entre las cordilleras de la entonces África colonial, sin comunicación satelital, internet, celulares o WhatsApp-, en Londres, por la diferencia horaria, ya era reina.