Ahora que acabe la pomposidad de su llegada, ahora que la cola del besamanos se achique y la cohorte de aduladores (y la de los rabiosos) se contenga y ahora que su periodo de prueba comience, busque —impóngase— un momento de soledad y adéntrese en las páginas de La política como profesión. A pesar de su dilatada experiencia, Presidente, no está de más tomar en cuenta lo que ahí explica Max Weber. Subraye, y tenga siempre presentes, por ejemplo, las tres cualidades que a alguien como usted le han de ser inherentes: “Pasión, sentido de la responsabilidad y distanciamiento. Pasión en el sentido de estar volcado en la entrega a una causa. Aunque la pasión no convierte a uno en político si no hace de la responsabilidad la estrella que guía su acción. Y para ello necesita el distanciamiento, la cualidad decisiva, esa capacidad de dejar que la realidad actúe sobre sí mismo con serenidad y recogimiento interior. La falta de distanciamiento como tal es uno de los pecados mortales del político”.
Interiorice que sus ilusiones y esperanzas, y las de la contundente mayoría que lo ha elegido como su empleado número uno, han de ser totalmente realistas para que, llegado el momento, pueda enfrentar su fracaso y reorientar sus acciones con la intención de lograr lo que se le resiste. Piense que sin realismo y sin distanciamiento no será consciente de que no le espera, precisamente, un sendero de gloria: millones de pobres, montones de corruptos sin pudor, malandros despiadados, instituciones devaluadas, ciudadanos frustrados y cansados, un monstruo naranja en el norte.
Se le ha contratado únicamente por seis años. Quién sabe si le dé tiempo de transformar, como dice, lo que sus predecesores han descuidado o arruinado y su pueblo les ha permitido. Trabaje para nosotros y solo para nosotros. No pacte, a cambio de una dosis de tranquilidad, con la mafia que ha hecho lo que ha querido con un país dejado de sí mismo. Al contrario: extírpelos del sistema. Promueva los valores sociales, pues si no tenemos otra cultura de convivencia bien cimentada será muy difícil introducir otros cambios, pero no imponga una doctrina moralina.
Es conocida su honradez, su compromiso, su persistencia, su austeridad, su incansable entrega al trabajo. No obstante, son muchas las expectativas depositadas en usted. Excesivas, si tomamos en cuenta que se le ha dado todo el poder para que, en un amplio margen de acción, pueda llevar acabo punto por punto su programa electoral de manera legal, democrática y legítima. ¿Cuánto tardarán, sin embargo, en airearse los primeros trapos sucios de su equipo de gobierno, de su grupo parlamentario, de sus gobernadores y alcaldes? ¿Cuántas faltas está dispuesto a tolerar en ellos, antes de pedirles su dimisión? ¿No hubiera sido mejor mantener alejados a los desechos tóxicos que ya han exhibido sus peores defectos en otras administraciones?
Presidente, consulte al pueblo solo cuando sea estrictamente necesario y ejerza las funciones que se han delegado en su persona. No con autoritarismo, sí con destreza ejecutiva. Sea más proactivo. Si ya sabe lo que el país necesita, ¿para qué quiere preámbulos? Pero también sepa, en todo momento, que lo que menos esperamos es tener un caudillo. Tampoco un mesías o un burócrata paternalista. Así que no solicite el apoyo de los ciudadanos solo para acudir a una urna. La mayoría está dispuesta a hacer muchas cosas más. Porque ya es hora.
No se olvide de explotar, una y otra vez, la inmensa fortuna que también conlleva el cargo: estar al frente de una potencia cultural milenaria. Viaje ostentándolo, no se encierre, y atraiga los ojos del mundo gracias a esta singularidad que respalda, además, a un territorio diverso y fascinante.
¿Qué ha aprendido de José Mujica? ¿Qué lecciones le ha dado el desempeño de Luiz Inácio Lula da Silva? Mírese en esos dos espejos, Presidente, y aspire a acabar como el primero y no como el segundo (por eso la importancia de saber bien de quién se rodea y de aplicar el distanciamiento recomendado por Weber).
Avancemos entonces. Menos quejas y más trabajo. Y ya veremos si, al final, a nuestro nuevo y flamante empleado número uno nos nace agradecerle o mandarlo a la chingada.