Danza evoca tragedia de Hiroshima

Kumotaro Mukai

La obra Dos soles, estrenada hace cuatro años en Tokio, ahora en producción binacional integra a cuatro bailarines japoneses y tres mexicanos para presentarse el domingo en el Teatro de la Ciudad.

El director y coreógrafo proyecta la imagen de su abuelo en el escenario. (Especial)
Lo único seguro en la vida es ese momento ineludible de morir. (Especial)
Verónica Díaz
Ciudad de México /

Nada resiste a las marejadas del insoportable calor que todo lo consume: los estudiantes se convierten en montículos de ceniza y los cuerpos se funden con los objetos, los cristales, las paredes. Son escenas posteriores al minuto 16, de las 8 de la mañana del 6 de agosto de 1945, cuando Little Boy, la primera bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima dejando a su paso miles de víctimas e historias personales que permanecieron en el olvido.

Siete décadas después, Kumotaro Mukai ofrenda su cuerpo a través de la danza butoh para rescatar estas imágenes y recordarnos que hemos tocado el límite de la locura y la destrucción. Al hacerlo esculpe en su cuerpo la belleza de Tánatos: la agonía convertida en el alarido de quien muere de sed a causa de los dos soles.

Un escritor japonés explicó que, al caer la bomba, el nivel del calor y el brillo eran muy parecidos al Sol, quizás un poco más. "Ese día, entonces, hubo dos soles: el natural y el de la locura de los hombres por destruir a otros hombres”, dice una de las leyendas butoh, Kumotaro Mukai, desde Pátzcuaro, Michoacán.

PRODUCCIÓN BINACIONAL

La obra que codirige con el bailarín mexicano Espartaco Martínez fue estrenada hace cuatro años en Tokio; ahora, en producción binacional integra a cuatro bailarines japoneses y tres mexicanos para ofrecer una función el domingo 11 a las seis de la tarde en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, como parte de las celebraciones del 130 aniversario de la relación diplomática entre estos dos países.

“Murieron 140 mil personas —dice Mukai—, y en ese recuento se pierde también la historia de cada una de ellas. Eso fue lo que me propuse recobrar a partir de mi bisabuelo, una de muchas víctimas y convertirlo en el protagonista de su propia historia”.

Mukai hace proyectar la imagen de su abuelo en el escenario, un hombre que tenía 70 años al momento de morir y fue el padre de su abuela materna. Su familia ya había partido para el refugio, pero regresó ese día a Hiroshima a arreglar algunos asuntos, a encontrarse con la muerte.

Justamente, hay una escena en la que Espartaco representa a la muerte y danza con Mukai, para recordar que lo único seguro en la vida es ese momento ineludible de morir.

“La historia transcurre en un permanente juego entre el pasado y el presente: los habitantes aparecen vivos y por momentos son muertos. Es un juego de dimensiones, tiempo y espacio en círculos concéntricos”, dice Martínez.

El bailarín japonés explica en entrevista con MILENIO que su propuesta es un ejercicio para la memoria. “Han pasado muchos años y las personas tienden a olvidar; es más, es posible que después de la función durante el regreso a casa ya hayan olvidado algo de la función, no importa. Desde que supe esta historia me propuse abordarla y seguramente lo haré hasta mi muerte porque creo que debemos saber que esa bomba no es una cosa del pasado ni de Japón, solamente, que ante nuestra propia locura nos puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar”.

¿Cuál es la causa de esa locura, del grado de violencia al que hemos llegado? Las pregunta, indica, "todavía no tiene respuesta. Es una pregunta eterna: ¿cuál es el origen de esa locura? Tal vez hacer la guerra es instinto de los humanos o, tal vez, porque ya ni siquiera tienen instinto, destruyen. Tal vez en esa obra todavía no siento que esté dando una respuesta clara".

Espartaco Martínez señala que el público reconocerá una cercanía filosófica con la propuesta de la obra, porque en el fondo comparte una visión del tiempo y el espacio con los orígenes de la cultura mexicana.

“El gesto nace del eros, se esconde en la anécdota que te hace cómodo prisionero, que gusta del entretenimiento, no recordarnos la esclavitud. Las imágenes de los gruñidos, gritos y lamentos enfrentados al fuego; el ejercicio de la memoria es casi danza pues ahora se aviva, al tiempo que se consume entre recuerdos y olvidos. Nuestra danza se articula en una trama de imágenes y no de virtuosismo y belleza mercantil”.

Y ADEMÁS

EL UNDERGROUND DE UN BAILARÍN BUTOH

Se entregó en cuerpo y alma a la danza en 1994 hasta consagrarse en 2005 con el Premio de la Asociación de Críticos de Danza de Japón.

Formó parte de la compañía Dairakudakan, sinónimo de innovación y evolución de la danza butoh en el siglo XXI.

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