Apachería, dice Álvaro Enrigue en Ahora me rindo y eso es todo (Anagrama), era la tierra hostil que se ganó el desprecio de los mexicanos del norte y los estadunidenses del sur, una suerte de no-lugar habitado por los pueblos originales a quienes un malentendido lingüístico dio en llamar, sin distinción alguna, “apaches”. Justo ahí transcurre esta novela que convoca, en momentos desiguales y aun contradictorios del siglo XIX, a colonos, aventureros, militares, rebeldes y prófugos de la ley hasta crear un fresco multirracial, polivalente y pluriargumental.
Hay quien podría reparar que en Ahora me rindo y eso es todo abundan las tramas, los personajes —muchos de los cuales entran y salen de escena después de interpretar un papel secundario en la Historia—, las disquisiciones y los paisajes. A mí me ha cautivado esa ambición. Como si no le bastara con seguir las huellas del teniente coronel José María Zuloaga —quien a su vez sigue las huellas de una banda de abigeos chiricahuas— o la sombra escurridiza de Gerónimo, el legendario chamán sobre quien pesaba la cárcel o el patíbulo, Enrigue interrumpe constantemente la acción para reflexionar sobre su destino como mexicano en Estados Unidos, llevar el diario de una excursión en familia a Dragoon Mountains, en Texas, y hasta ensayar sobre el proceso de domesticación del caballo, el western, las políticas de exterminio, la hidrología, el ánimo bélico de los hombres y las mujeres de Apachería…
En un sentido, Ahora me rindo y eso es todo se lee como una novela de aventuras marcadas por el hierro de la huida y la persecución. Una vez que nombra las cosas y anuncia su propósito mayor, acomete los hechos con un ritmo que a ratos tiene la impronta de una estampida y en otros una cadencia sosegada que permite reconstruir una franja del pasado sin la maquinaria abrumadora que suele exhibir el investigador profesional… y esos cambios de velocidad se ejecutan con terrenal elegancia. En otro sentido —el del ensayo dentro de la novela—, Ahora me rindo y eso es todo se impone como una cavilación acerca de lo que significa ser un pueblo en vías de extinción, de ser el último guardián de una lengua, de una manera de estar en el mundo, de un pacto con la naturaleza. Por esto, y por la invitación al viaje, celebro el espíritu levantisco de Álvaro Enrigue.
Anagrama España, 2018