Resulta paradójico que una de las modalidades de escritura más breves, el denominado aforismo, sea también una de las más difíciles de definir y admita tantas variaciones. A lo largo del tiempo, el aforismo ha sido desde conseja médica, sentencia jurídica y apotegma moral hasta partícula filosófica o mini–dispositivo literario. Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI (1900–2014) (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2018) de Carmen Camacho, es un estudio sobre este género mutante y un panorama de su evolución en España. El libro ofrece una muestra de 48 aforistas españoles, desde los bisabuelos del género, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, hasta algunos de sus más jóvenes cultivadores como Érika Martínez, Lorenzo Oliván o el duo Accidents Polipoétics pasando por extraordinarios rescates como los de Gloria Fuertes, Antidio Cabral o Arturo Soria Espinosa. Si la definición tradicional del aforismo lo pinta como una máxima de validez universal y utilidad práctica, la modernidad lo revela como un brevísimo pero poderoso artefacto literario y filosófico, que rebasa adscripciones disciplinarias y tiende, más que a establecer verdades, a sembrar incertidumbres.
(“Al leer confundo certezas con cerezas. Las segundas son más absolutas”, Isabel Mellado) En esta antología, el aire de familia moderno es patente y los autores seleccionados cultivan el aforismo como una pequeña bomba de significado que mezcla diversas formas de intelección y recursos literarios con una pizca de ingenio explosivo. (“Bendito sea el hombre que recorre las calles riendo a carcajadas”, Carlos Edmundo de Ory) El criterio de selección se inclina por el aforismo poético, es decir, esa indagación en la realidad que, más allá de las vías inductiva o deductiva, explota la intuición y la razón poética, en sus más diversas vertientes, desde el sueño y la metáfora hasta la ironía o el sinsentido. (“Un pezón invertido te señala el alma”, Erika Martínez) Si bien la antología plasma ciertas constantes como la curiosidad filosófica y la voluntad de forma literaria, también muestra las riquísimas mutaciones e hibridaciones del aforismo, y sus materiales constituyen una subversión continua del significado, una recontextualización de los lugares comunes y una reinvención del lenguaje. (“De madrugada beso mis dedos que saben a lápiz y a tabaco”, Gloria Fuertes). El libro, hecho con afable erudición y entusiasmo contagioso, muestra las ramificaciones de una tradición secreta y rigurosa, de un parentesco electivo que coincide en el destello intuitivo, en la sapiencia a ras de piel y en el humor revelador. De hecho, como sugiere la antologadora, la denominación aforismo, más que referirse a un género fijo, se refiere a un “estado” del pensamiento, a un temperamento que permite unir espíritus heterogéneos de muy diversas épocas y a una excusa textual para asumir los mayores riesgos y libertades en el mínimo espacio.