Incordio del spam

A fuego lento

Todo es anómalo, excepcional, en Pistolar. De inicio, tiene como protagonista a un esquizofrénico paranoide, adicto a la escritura de cartas, un tal Luis Alfredo J. A.

Una novela que avanza dando tumbos en el tiempo hasta crear un presente ilusorio
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Dos novelas obtuvieron el Premio Mauricio Achar Literatura Random House 2018: All in, Sinatra, de Pedro Zavala, y Pistolar, de Iván Soto Camba. Dejo la primera de ellas para una entrega posterior y me ocupo de la segunda.

Todo es anómalo, excepcional, en Pistolar (Literatura Random House, México, 2018). De inicio, tiene como protagonista a un esquizofrénico paranoide, adicto a la escritura de cartas, un tal Luis Alfredo J. A. Para continuar, transcurre entre cuatro paredes, en un edificio oculto a las miradas de los paseantes en algún barrio de Guadalajara. Por otro lado, avanza dando tumbos en el tiempo hasta crear un presente ilusorio.

El lector se asoma a esas cartas en virtud de la curiosidad y la buena fortuna de un narrador que asegura haber dado con ellas para ofrecerlas a un público hipotético. Muy bien: y qué podemos esperar de una mente esquizoide. En el caso de Luis Alfredo J. A., un discurso que un día invoca la bondad de Jesucristo y al otro ofrece maravillas tecnológicas —obviamente nacidas del delirio— a Telmex y aun al candidato presidencial Francisco Labastida Ochoa, por quien profesa un amor ciego (“Y hagamos fraudes en todos los estados de toda la república, ya que estamos dispuestos a ganar y el partido lo agradecerá, trabajando con todos los millones de nosotros y líderes revolucionarios”).

Como sabían los clásicos renacentistas, la locura tiene su razón. De haber empleado el recurso de engarzar una y otra carta, Soto Camba habría entregado una novela apenas curiosa. Quiso, sin embargo, contrarrestar la monotonía introduciendo a un personaje aún más sorprendente —un tal Ernesto Fregossi— quien, quince, veinte, treinta años después responde a esas cartas que en apariencia llegaron a manos distintas. De esta manera, se establece un intercambio de sordos y, conviene subrayarlo, de orate a orate, uno, eso sí, dueño de una cultura estrafalaria: el zen y sus preguntas que conducen al desdoblamiento de la realidad, la conducta de las garrapatas, algunos dispositivos engañosamente infantiles de la metafísica moderna, la inteligencia alienígena, el uso de las sanguijuelas en el combate a las enfermedades degenerativas en la Francia del siglo XIX, el test de Rorschach. Así, por ejemplo, llega hasta nosotros la sabiduría descolocada de Fregossi: “El koan es una herramienta del zen: un taladro de punta fina (jeringa). El koan es un instructivo que guía al alumno a desconectarse del pensamiento racional, para encontrar el conocimiento que lleva oculto en su germen (es decir, ya configurado de fábrica)”.

Hay un tono en clave humorística planeando siempre por encima de los disparates y las reflexiones verbales y ese es uno de los méritos más difíciles de reconocer en Pistolar mientras no hemos cubierto un buen tramo del argumento: Luis Alfredo J. A. resulta un pedigüeño en busca de favores caseros, Fregossi se perfila como un alter ego que trabaja en contra de los proyectos de Luis Alfredo, sumando a la locura un gramo de ingenio perverso.

Una vez que alcanzamos el final, Pistolar revela su condición de maquinaria verbal encaminada a develar los usos esquizoides de lo que en el mundo de la informática llamamos spam, esos mensajes que invaden la zona restringida de nuestra conciencia. No es un asunto menor, y se vuelve aún más relevante cuando despierta el interés de un escritor con una alocada inteligencia narrativa. 


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