La apariencia del desastre

Los paisajes invisibles

En El impulso creativo y otros cuentos los personajes del escritor británico W. Somerset Maugham, en apariencia ordinarios, tejen tramas fantásticas que anidan en lo retorcido de la naturaleza humana

Irónico homenaje al detalle nimio pero tan temible como para tornar en vicisitud cualquier instante
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

@IvanRiosGascon


En El impulso creativo y otros cuentos, ese irónico homenaje al detalle nimio pero tan temible como para tornar en vicisitud cualquier instante, W. Somerset Maugham explora el brillo repentino de las revelaciones, sin perder de vista el retorcido andamiaje de la naturaleza humana: la acrimonia, la ingenuidad, la discordia y la hipocresía de las almas que parecen nobles pero están saturadas de bajeza, un conjunto de siniestros caracteres que intentan destruir a otros y en ese trance, junto con las extrañas coyunturas del destino, transforman por completo el porvenir ajeno y el hado propio. Por ejemplo, en “Lord Mountdrago”, W.S.M. cuenta la historia de un parlamentario atormentado por compartir sus sueños con su peor enemigo, Owen Griffiths, un galés vulgar, un tipejo insignificante que por la rueda de la fortuna democrática, llega a la Cámara de los Lores no solo a importunar la labor política de Mountdrago sino a entrometerse en su intimidad onírica, invadiendo sus sueños hasta que éstos se convierten en un genuino ring de lucha que evidenciará sus consecuencias al otro día pues el desdén, los insultos y hasta los botellazos que Mountdrago le propina a Griffiths son tan reales como los de un pleito de taberna. El mal de Moundtrago no tiene solución. Y angustiado por la impotencia de no poder defenestrar al adversario de sus visiones nocturnas, optará por el suicidio. Sin embargo, Owen Griffiths decide que no se librará tan fácil de él, y horas después de que Mountdrago se tire a las vías del tren, el galés enfermará en el Parlamento y llegará al Hospital de Charing Cross solo para que le expidan el acta de defunción.

W.S.M. era más un clarividente que un titiritero. Sus personajes no solo poseían instinto propio sino una gracia espontánea, tan natural que parecía una foto de la vida misma: “Las tres gordas de Antibes” cuenta la monotonía de tres chismosos cachalotes en una casa de retiro: las señoras Richman y Sutcliffe, y la señorita Hickson. Este trío de rechonchas damas pasan el tiempo haciendo ejercicio de baja intensidad, comiendo y bebiendo sin dejar de contar las calorías, y más que fastidiadas y aburridas por la falta de estímulos primarios (y mundanos), hasta que se les une Lena Finch, no tan gruesa como ellas y mucho menos rigurosa en la austeridad alimenticia, por lo que su indisciplina descompondrá el orden de las gordas, primero con martinis, luego con bizcochos y al final con sendos platos de croissants atiborrados de mantequilla, mermelada y nata. Sobra decir que en los deslices gastronómicos la amistad de las retacas se pondrá a prueba pero al final, convencidas de que la tal Lena Finch era una especie de diantre que el averno les infiltró para que no perdieran kilos, volverán a la rutina del ejercicio de baja intensidad y del conteo de calorías pero con una amistad robustecida por la transgresión. Pero, acaso, el mejor cuento de entre los mencionados y los otros que conforman el libro de W.S.M. sea, precisamente, “El impulso creativo”, la historia de una escritora tan insulsa, tan vana y tan esnob que Maugham ni siquiera se molestó en ponerle nombre, solo la llama La señora de Albert Forrester, cuyo único éxito de ventas surge de la desventura: el marido la abandona por el ama de llaves, lo que le acarrea el desprestigio y el vilipendio de todo Londres (“si hay algo que mata a un escritor o a un político es el ridículo”), los amigos le dan la espalda, su editor rompe el contrato, la servidumbre hace maletas y en ese ahogo de calamidad, de tragedia, recibirá la inspiración de donde menos esperaba, y escribe La estatua de Aquiles, una exitosa novela policiaca (qué ácida puya la de un incorruptible purista de las letras) aunque lo que importa es la moraleja: el impulso creativo, qué razón tiene W.S.M., a veces le llega a uno con la apariencia del desastre.



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