La honradez escénica

Peripecia

“¡No queremos Olimpiada, queremos Revolución!”, gritaban los estudiantes sobre Paseo de la Reforma

Jerzy Grotowski dirigió El príncipe constante durante la Olimpiada cultural de México 68. Foto: Marciej Skawinski
Alegría Martínez
Ciudad de México /

“¡No queremos Olimpiada, queremos Revolución!”, gritaban los estudiantes sobre Paseo de la Reforma, durante la manifestación rumbo al Zócalo, dispersada por los militares y la policía federal, que perseguían a los jóvenes que corrían hacia sus colegios. Julio Castillo, Arturo Beristain, Fernando Balzaretti, Luis de Tavira y Abraham Oceransky estaban entre los estudiantes de teatro que en 1968 ensayaban o tomaban clase en la Escuela de Arte Teatral del INBA, donde su director, José Solé, quien se enfrentó a las fuerzas policiacas para impedir que se llevaran a sus alumnos, terminó con ellos en el camión rumbo a la cárcel. 

Oceransky recuerda cómo se extendió el miedo entre sus compañeros que eran empujados al camión, entre gritos y silencio, sin que el patriarca Solé, que en aquel entonces tenía una voz potente, dejara de defender a sus alumnos.

Las clases fueron suspendidas. Las persecuciones, el encarcelamiento, la brutalidad, los jóvenes abatidos, el paso de los tanques por Paseo de la Reforma, la presencia de militares, porros y la policía secreta, hicieron sentir el peligro de andar en la calle a esos estudiantes de teatro que transitaban entre el Auditorio Nacional, Ciudad Universitaria y la calle de Sullivan, donde se encontraba El Foro Isabelino, inaugurado en 1968, que programó, como parte de la Olimpiada cultural, El príncipe constante de Pedro Calderón de la Barca, con dirección de Jerzy Grotowski.

La presencia de Eugéne Ionesco y de Arthur Miller en la Olimpiada cultural no tuvo la fuerza magnética que sí generó, en cambio, el montaje del director polaco en un clima de efervescencia en el contexto de la represión y luego de lo que significó el Teatro en Coapa, Poesía en Voz Alta y el montaje de Don Gil de las calzas verdes, dirigido por Héctor Mendoza en El Frontón Cerrado.

Tavira presenció un espectáculo en trance, alucinante, que hacía un gran despliegue de energía, expresión y liberación del movimiento corporal nunca antes visto. A sus ojos, Grotowski hacía realidad la utopía de Antonin Artaud, que no solo provocó la transformación de la visión del teatro en México y el mundo, sino que impulsó el movimiento de experimentación teatral encabezado por Mendoza, al que pronto se sumó el joven estudiante de formación jesuita.

El concepto de la teatralidad en la comprensión de una actuación distinta venía a corroborarle a Tavira el movimiento renovador de la universidad y de quienes la integraban, que transformó para siempre el teatro mexicano. Héctor Mendoza, José Luis Ibáñez, Juan José Gurrola y Juan Ibáñez, entre otros, plantearon una nueva estética a partir de la puesta en escena, que urgía a la renovación del sistema pedagógico rumbo a la formación de actores, lo que incidió en el proceso de transformación del Centro Universitario de Teatro (CUT). 

Oceransky, literalmente empujado por Julio Castillo hacia la puerta de El Foro Isabelino, se encontró accidentalmente a dos metros de Ryszard Cieslak, el actor predilecto de Grotowski, en el papel protagónico de El príncipe constante , y confirmó entonces que el arte es la sublimación del espíritu, que lo que había pasado por su corazón y su mente estaba siendo realizado por ese actor y que la honestidad total era posible.

Aquel estudiante de teatro percibió que el actor polaco, al entrar en sí mismo, mostraba una técnica humana capaz de transportar al espectador a una realidad vivida, más que conceptual o grotowskiana. El joven Oceransky obtuvo entonces una lección de honradez escénica que sus maestros, buenos, malos, falsos y auténticos, también desconocían.

Identificado con la forma de vida de su generación, Oceransky, quien se interesaba en la coherencia de los intelectuales que formaron el grupo de La Mafia, sin dejar de sufrir daños colaterales por bajar un cartel de la Olimpiada de un poste callejero en la Ciudadela, en su obra Simio depuró más tarde elementos clave del ritual físico–espiritual percibidos en el montaje grotowskiano. 

Tavira, invitado por Enrique Ballesté para actuar en Vida y obra de Dalomismo, aceptó entregar unas latas con películas en un edificio de Copilco, evitando así que cayeran en manos militares. La encomienda salvó uno de los pocos documentales filmados por los estudiantes del CUEC sobre el movimiento de 1968.

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