Recuerda con nostalgia infinita que el fin de año pasado acudieron en familia a casa de una querida amiga a reunirse con gente entrañable. Cenaron cosas deliciosas, brindaron, bailaron, cantaron, se tomaron fotos y se desearon lo mejor. Al comer las uvas, una por una, pidieron deseos que ahora parecen grandes lujos: libros, viajes, fortuna, amor. Quizá alguien deseó que el planeta se salvara, o que cerraran el pico los déspotas y demagogos. Pero especialmente viajes, desearon muchos viajes, y hubo quien corrió con maletas alrededor del edificio. Con trabajos, pero un viaje se cumplió. Todos los demás deseos parecieron esfumarse en una broma amarga.
- Te recomendamos ¡Ahí viene don Luis…!: El primer encuentro de José de la Colina con Buñuel Laberinto
Ahora no sabe qué desear o qué pedir: ¿serviría de algo regresar a aquel instante preciso y situarse de la misma manera como en El ángel exterminador para que se rompa el hechizo y la vida retorne a su movimiento? ¿Sería astuto pedir malos deseos para que la realidad los traicione, como a los anteriores? Quisiera creer en un Ente de las Uvas que, entre campanada y campanada, administra el azar: ¿qué pedirle ahora, que no sea no asfixiarse, pervivir, que duremos un poco más en esta tierra? No andar sobre rastrojos de difuntos, como decía el poema de Miguel Hernández. Tantos ausentes que llorar y recordar porque, en este 2020, incluso las muertes de los que se han ido por otras causas parecen formar parte de la misma maldición.
Por eso este 31 de diciembre, íntimo, familiar, ella no deseará un 2021 mejor. Antes nos tienen que devolver el 2020, piensa. Como si fuera una versión mejorada del mismo programa, habremos de fabricar el 2020.1, sin virus, con una interfase más segura, ya saben, ¿o cómo dicen?, “amigable”. Esta versión del 2020 parece que la diseñó el peor enemigo de la humanidad. Era una prueba, dicen, quién sabe quién querría probar qué, como no fuera nuestra paciencia. Si acaso el Ente de las Uvas escucha en alguna parte, ella exigiría que este 2020.1 sea más fácil de transitar, que tenga un manejo más sencillo porque con el anterior se descontroló todo, y que no nos tenga encerrados esperando al ingeniero que va a venir a arreglarlo. ¿Es mucho pedir? Que los errores no se repliquen al infinito, que se entiendan las instrucciones. Uno que no necesite tanta memoria, porque este que pasó habría que olvidarlo lo más pronto que se pueda.
¿Nos prometen que este 2020.1 durará más? Pero si el 2020 fue eterno, horriblemente eterno. Está bien, que dure pero que no canse. A tanta gente se le apagó la computadora queriéndolo usar y para siempre, un triste desastre.
Por un 2020.1 que traiga para todos los lectores de Laberinto cosas buenas y entrañables; nos vemos el año que viene.
AQ