'Adiós, Tomasa': la inocencia mancillada

A fuego lento

Geney Beltrán recrea escenarios donde la violencia permanece oculta y sin embargo se anuncia como una bestia al acecho en una historia de cuatro generaciones.

Detalle de portada de 'Adiós, Tomasa'. (Alfaguara)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Me gusta la historia que Adiós, Tomasa (Alfaguara) extiende a través de cuatro generaciones, y ese rumor de tías, tíos, primos, abuelos, que desanda sus vidas en un poblado de la serranía sinaloense. Me gusta su ritmo sostenido, capaz de interpretar la endeble armonía familiar y su ruina posterior luego de la irrupción de un par de hermanos dedicados a la siembra de amapola. Me gusta el retrato de esas mujeres sometidas por la ley del más macho y a la vez en pie de guerra para proteger a sus hijos de cualquier amenaza, sin fastidiar al lector con diatribas bienintencionadas. Me gusta la recreación de los escenarios, donde la violencia permanece oculta y sin embargo se anuncia como una bestia al acecho. Me gusta Adiós, Tomasa porque se muestra devotamente fiel a un capítulo de la historia mexicana (la expansión del narcotráfico en Sinaloa) que suele revestirse de imágenes y opiniones arraigadas en un folclor al estilo de los Tigres del Norte. A pesar de todo esto, no me doy por satisfecho.

Escribir es tomar decisiones a cada paso. No me refiero a los resortes que ponen en movimiento a los personajes, sino a las decisiones estilísticas. Geney Beltrán interpuso a un narrador con un habla ceñida a los giros y a las modulaciones sinaloenses, por momentos cantarinas y punzantes, y ese narrador es un testigo marginal de la historia —los avatares de la familia Carrasco, que adopta a la muchacha que da nombre a la novela, una suerte de proyección de la inocencia arrebatada por el abuso y la violencia—, convertido años después en escritor. Pues bien: no me incomodan tanto los “suidad”, “yo la vua cuidar” o “toavía” como las piruetas sintácticas que acaban por ser un martillazo al oído. No me gusta encontrarme con frases contrahechas del estilo “Tomasa desde el día siguiente se acomidió en el quehacer”, “Y él así poco a poco se fue de alguna forma intuyendo secreto infractor”, “Todo eso mucho él no lo sabe”, “Ni tú ni tu hermano quiero que se me anden metiendo en El Negocio”… No son accidentes, o contratiempos; son decisiones inherentes a la tentación inicial, a la llamada misteriosa que susurra la obligación de transformar la materia humana en literatura.

No dejo de imaginarme Adiós, Tomasa sin la intervención de estas torceduras y ante mí se presenta una novela con N mayúscula.

ÁSS

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