Esa nada que lo es todo, el aire que habitamos.
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Quizá el aire nos necesita para respirar y somos el aire del aire.
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- Te recomendamos “Migraciones”: sobre ‘De humo y miel’, de Odette Alonso Laberinto

El aire toca su música soplando por los huesos de los pájaros y los troncos de los árboles.
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Da tristeza contaminar con gestos y palabras a quienes andan a su aire.
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En realidad, el aire de Nápoles se dejaba embotellar y vender como pretexto para viajar a conocer otros aires.
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A las palabras se las lleva el viento para jugar al teléfono descompuesto.
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Aire, le gritan para que se vaya, como si les cortara la respiración.
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Los olores y la música son pasajeros del aire; cuando llegan a su destino se difuminan como quien se baja del taxi.
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El aire que respiramos nos revisa el cuerpo y sale a contarles a los árboles nuestras travesuras.
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Como no lograba levitar, el meditador fracasado dormía en un colchón de aire.
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No hay escoba más justa que el viento, ni más dogmática que los huracanes.
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Como es de esperarse, los aires de grandeza huelen mal; lo bueno es que se alejan con los sujetos que los producen.
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Hay música tan horrible que el aire se oscurece cuando suena.
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Estaba convencida de que el aire cargaba siempre malas intenciones.
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El aire de los gritos sofoca a los insectos.
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Las penas de los fantasmas espesan el aire cuando pasan y nos cortan la respiración sin que sepamos por qué.
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Sigue pareciendo de magia el avión que se suspende en el aire y cruza sus vías invisibles; por eso estar allá arriba, entre las nubes, es bastante similar al sueño.
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Durante la pandemia todos llegamos a desconfiar del aire.
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En el aire del café los parroquianos respiran las conversaciones.
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En el aire de los baños públicos caracolean los malos olores para burlarse de nosotros.
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Era tan frágil que la lastimaba el aire.
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En el aire de la tarde se organizan las mesas redondas de los pájaros.
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Tenía tan mal aliento que, al soplar para apagar la vela, el genio que danzaba en el fuego se tapó la nariz.
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Los dragones se preocupan por nuestra salud cuando ven que al exhalar no nos sale más que aire.
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El aire de mi ciudad es una pócima de humo, bocinas y gritos que tomamos a diario para sobrevivir en ella.
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Andaba muy airosa, dándose sus aires y despeinando a medio mundo.
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El aire que se mueve al pasar las páginas durante la lectura sale por la ventana más culto que el aire de la calle.
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Las esperas y las citas a las que no se llega flotan para siempre en el aire de las ciudades.
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Los abanicos dan aires de sofocones y secretos.
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“Aire del tiempo”, se llamaba aquel perfume; el aire del tiempo en que respirábamos otro aire.
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Los globos contienen la respiración y estallan como quien no se aguanta de soltar una carcajada.
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El aire que respiran los poetas revuelve las palabras.
AQ