Alejandro Rossi: un examen de conciencia

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Recientemente publicado, su diario constituye uno de los registros más crudos, crueles y jocosos de la fauna literaria.

Alejandro Rossi, escritor y filósofo. (Archivo)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Tras una niñez y adolescencia itinerante, al principio de los años 50, el joven ítalo-venezolano Alejandro Rossi (1932-2009), aspirante a filósofo o filólogo, llegó a la Ciudad de México, se instaló por algunos meses en el Hotel Regis y se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras. Tras terminar sus estudios, fue a Inglaterra y Alemania y regresó al país para participar en la fundación de instituciones y hacer carrera académica.

Hacia los años 70, comenzó a incursionar más visiblemente en la literatura, inició en Plural una columna que sería su célebre Manual del distraído y, posteriormente, fue parte esencial de la revista Vuelta. Su influencia en la política cultural y su peso propio como escritor lo hicieron una de las figuras más prominentes en el panorama intelectual del siglo pasado. Los tres primeros volúmenes (que abarcan de 1973 a 1989) de su Diario (Ariel, 2023), cuidadosamente editados por Malva e Ivanka Flores y David Medina Portillo, constituyen un acontecimiento inusitado en el medio mexicano y tienen, al menos, tres vertientes: uno, la divertida crónica del medio ambiente cultural y político de su tiempo; dos, un valioso registro de lecturas y reflexiones filosóficas y literarias; y tres, las confidencias de un creador atormentado y azotado por todas las tentaciones.

En primer lugar, el diario reconstruye el entorno cultural que vivió Rossi con sus grandezas (por ejemplo, la vivísima conversación literaria con sus pares o la ambición intelectual y el portentoso poder de convocatoria y proyección internacional que tuvieron Plural y Vuelta) y miserias (los egos desbordados, las envidias). También permite observar los ciclos volátiles de las amistades, pues con inusual sinceridad, inteligencia y, en ocasiones malevolencia, Rossi anota sus simpatías y animadversiones (que pueden cambiar radicalmente de un día a otro), recoge anécdotas y traza generosos perfiles o feroces caricaturas. En este sentido, su diario constituye uno de los registros más crudos, crueles y jocosos de la fauna literaria, a la altura de Renard o los Goncourt. En segundo lugar, las anotaciones bibliográficas de Rossi implican un paradigmático ejercicio de crítica de un lector omnívoro que podía opinar con sensatez y autoridad de la creación literaria, el pensamiento político y la reflexión filosófica.

Finalmente, la parte más entrañable es la del creador rebasado por lo circunstancial, el escritor que posterga una y otra vez sus proyectos por la necesidad de ganarse la vida o por la seducción de la grilla cultural o el poder político. Estas fuerzas centrífugas de lo literario lo conminan a comprometerse en desgastantes trabajos burocráticos o en rencillas intelectuales y lo hacen incursionar en una turbulenta y estimulante, pero sin duda también agotadora, actividad social. Esta disyuntiva entre vida activa y contemplativa se refleja, en su Diario, en un franco, lúcido, y a ratos desgarrador, examen de conciencia sobre el destino y la vocación del escritor.

AQ

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