El distinguido hojalatero social de Tepito

Café Madrid

“México ya es el Tepito del mundo y Tepito es la síntesis de lo mexicano”, solía decir este hombre experto en la oralidad barrial, fallecido recientemente.

Alfonso Hernández Hernández. (Facebook: Eriko Stark)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Alfonso Hernández Hernández, el distinguido hojalatero social de Tepito fallecido el pasado lunes, llegó a ser presidente de la Asociación de Cronistas Oficiales de la Ciudad de México pero, de manera inexplicable, no ocupó una silla en la Academia Mexicana de la Lengua. Su holgado conocimiento sobre la oralidad barrial, sus incontables esfuerzos por divulgarla hasta el último rincón del planeta y su habilidad en el arte del albur, bastaban y sobraban para asignarle un sitio en esa honorable institución. Su generosidad y su entusiasmo, sin embargo, lo colocaron en las entrañas de uno de los lugares más emblemáticos del mundo y en la gratitud de un titipuchal de curiosos y metiches, como este reportero, venidos de todas partes, para intentar comprender de qué está hecha la esencia de México.

“México ya es el Tepito del mundo y Tepito es la síntesis de lo mexicano”, solía decir este hombre de canas bien peinadas y lentes redondos que, de no ser una víctima más del maldito coronavirus, hubiera cumplido 76 años de edad el próximo 29 de marzo. “Tepito es semillero de campeones, ropero de los pobres, mercado de ocasiones, bisagra del Centro Histórico y un auténtico barrio popular con su propia teoría sociocultural”, definía con certeza intelectual y compartía todos esos elementos sin miramientos con el prójimo.

Hace más de una década, José Luis Martínez S., del que soy discípulo, me permitió acompañarlo a la guarida de Alfonso, una nave llena de reliquias variopintas que albergaba al Centro de Estudios Tepiteños. Ahí lo encontramos escribiendo correos electrónicos en su computadora. Estaba contento, nos contó después de apagar la máquina, porque hacía una semana que se había presentado con gran éxito el proyecto artístico de la catalana Mireia Sallarès, titulado Las siete cabronas e invisibles de Tepito. “Se trata de un documental sonoro y de unos folletos con un pequeño testimonio de cada una. ¡Nomás pa que todo mundo se dé un quemón con la clase de mujeres que tenemos en este barrio!”, dijo con una sonrisa, y no tardó en darnos algunas pinceladas de todas las integrantes de ese emblemático grupo. Cuando se refirió a La Reina del Albur se desató mi curiosidad y, de manera impulsiva, le solté: ¡me encantaría conocerla! Su generosidad fue inmediata: “¡pues vamos de una vez!” Mientras esquivábamos a decenas de compradores, logramos atravesar un largo laberinto de puestos y en la esquina de Aztecas y Fray Bartolomé de las Casas, bajo una lona amarilla, encontramos a Lourdes Ruíz en medio de su puesto de ropa para niños. Tal vez en ese momento Alfonso no lo sabía, pero acababa de “regalarme” a un personaje de magnitud tal que, francamente, no sé si volveré a encontrar en mi vida de reportero.

Para entonces, él ya era el artífice de los mundialmente famosos safaris tepiteños y, junto a Lourdes, impartía talleres de albures. Pero no crean que se trataba de una simple diversión. En realidad, la seriedad con la que se tomaba esa tarea era propia de un catedrático. Piquen, liquen y califiquen lo que señaló, entre otras cosas, en su Silabario Alburero Básico para Novatos:

“Entre la barriada rifa la neta con su clarín y su corneta, haciendo del lenguaje la carta de presentación de quienes no consumen fayuca cultural. Y es ahí donde, además de aprender a traer siempre en chinga al ángel de la guarda, también se alburea con las palabras y se cabulea con conceptos, ejercitándose en un ajedrez mental, en verso y sin esfuerzo, cuya álgebra verbal conjuga las etimologías griegas y las raíces latinas con la gramática leperezca y, de paso, combate la fayuca cultural con leperatura barrial”.

Pero su labor iba más allá. Entre la chanza y la risa, decía verdades como puños: “Quien no alburea es porque no lo dejan sus complejos. Y si de niños nos enseñaran a alburear, seríamos una potencia en matemáticas y ciencias exactas, pues faltan dinámicas que hagan pensar, porque la tele nomás indigesta con quesadillas de miedo”.

El barrio bravo, con sus malandros y su gente tan entrañable como chambeadora, le dio la vida a Alfonso Hernández y un pinche virus se la arrebató. Nos quedan sus eruditas reflexiones, el recuerdo de su incansable labor como promotor cultural y un consejo que dejó para los siglos de los siglos: “cuando vayan a recorrer Tepito, recuerden que siempre es mejor salir algo sobresaltados que muy sobrecogidos”.

​AQ

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