Amor Towles, un gringo elegante, con traje a la medida y modales exquisitos, fue un adolescente que solía ir a la playa en busca de náufragos. En una costa ballenera, a 150 kilómetros de su Boston natal, donde Spielberg filmó Tiburón y se estrelló la avioneta de John F. Kennedy Jr., el hombre que hoy vende miles de libros y al que el expresidente Obama recomienda leer, se le ocurrió lanzar una botella al mar con su dirección y un mensaje: “Ojalá llegue a China”.
No obstante, apenas unos días después, cuando se acabaron las vacaciones, recibió una carta mecanografiada en una hoja membretada del New York Times: “Querido señor Towles, como ve, su mensaje no llegó a China”. La firmaba el periodista Harrison Salisbury, Premio Pulitzer de 1955, enviado especial a Vietnam y corresponsal en Moscú durante lo más álgido de la Guerra Fría.
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A partir de entonces, Towles y Salisbury mantuvieron una constante correspondencia y el joven bostoniano se animó a escribir relatos. Su sueño era escribir novelas, pero sabía que eso no le garantizaba un buen sustento. Así que optó por dedicarse a la banca de inversiones. Cursaba el último año de la carrera en Yale University cuando se enteró de que Peter Matthiesen, uno de los escritores fundadores de la mítica The Paris Review, impartiría un seminario de escritura creativa. Se apuntó y el profesor no tardó en sincerarse con él: “he leído lo que has escrito. No tengo idea de quién eres ni qué quieres hacer con tu vida, pero pienso que tienes un don para escribir”. Matthiesen se convirtió en su mentor hasta que se sintió decepcionado por Towles: “a lo largo de mi vida he visto a muchos artistas (escritores, pintores…) que se han ido a Wall Street, porque es un sitio interesante y pagan bien. Ninguno de ellos regresó. Así que doy por hecho que tu vida de escritor se ha terminado”.
Amor Towles tenía miedo de fracasar en el mundillo literario y no tener dinero ni para comer. Podía arriesgarse, pero decidió no hacerlo. Varios años después, mientras consolidaba su carrera financiera, se propuso escribir en su tiempo libre. Durante más de un lustro escribió un libro que terminó desechando. Un día, sin embargo, se apoderó de él la historia de una pareja dispar que se ve obligada a afrontar las reglas y los desafíos del Nueva York de los años 30 del siglo pasado. Esta vez terminó de escribir y le gustó el resultado. Por eso se empeñó en conseguir una editorial que se lo publicara.
Normas de cortesía fue todo un éxito de crítica y de ventas y, sólo entonces, Amor Towles dejó de ser un gerente de inversiones para dedicarse por completo a la escritura.
Ha sido él mismo quien contó su historia el otro día en Madrid, ante un auditorio abarrotado, durante la presentación de su más reciente novela, La autopista Lincoln (Salamandra), en la que cuatro chicos huérfanos realizan, durante diez días de junio de 1954, un emocionante viaje para atravesar Estados Unidos y descubrirse a sí mismos. También explicó por qué se llama Amor (pronúnciese eimour): “mis raíces están en Nueva Inglaterra, donde la gente evitaba ponerles nombres católicos a sus hijos. Preferían llamarlos por sus virtudes: Caridad, Prudencia… y a mí me pusieron Amor”.
Hoy Amor Towles es sinónimo de bestseller, algo que no implica que haga libros fáciles. Ni el fondo ni en la forma. De hecho, su método de trabajo es más propio de un orfebre: durante unos cuatro o cinco años escribe y reescribe a mano, en varios cuadernos, la trama, los personajes, el punto de vista, los escenarios, la época… de su proyecto narrativo. Todo ese tiempo y ese trabajo sólo engloba la preparación de la historia, el comienzo para escribir detalladamente. Pasarán unos tres años hasta que concluya la novela. Es decir: realizar un solo libro le lleva casi una década. “Pero no de manera exclusiva”, aclaró, “mientras estoy con la planificación de una novela puedo estar escribiendo otra. Una vez que he escrito el primer borrador suelo volver al inicio y reviso el texto completo varias veces”.
Para descansar, Amor Towles se pone a leer y, una vez al mes, se reúne con tres amigos para comentar lo leído. “Es un pequeño club de lectura. Llevamos 18 años haciendo este ejercicio, tiempo suficiente para habernos ocupado de las obras completas de unos 30 escritores. Es una experiencia intelectual gratificante y que recomiendo encarecidamente”, concluyó. Y yo pienso hacerle caso.
AQ