Ancestros | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

¿Qué es de aquella ascendencia que no está en el material genético? Historias de vida de quienes no alcanzamos a conocer mas que a través de nosotros mismos.

Quizá me corre vino espumoso en la sangre, y de ahí tanto jolgorio. (Foto: Felicia Montenegro)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

La casa del tatarabuelo Roca está en un pueblo llamado Vidreras, en la costa catalana. Es una casa estrecha, de pueblo, de tres plantas, bastante en ruinas la verdad, y está en venta por cierto, pero no la podría comprar. Verla me provoca un desconcierto extraño: quisiera buscar en esos muros carcomidos lo que pervive en mí y en mis hermanas, pero no termino de imaginarlo. Los Roca eran fabricantes de tapones de corcho para botellas de champán, se ha dicho siempre en la familia y eso me atrae. Me hace pensar en la bisabuela materna, que se llamaba Avelina: a pesar de ser diabética y tenerse que aplicar frecuentes inyecciones de insulina (el remedio rimaba con el nombre), no dejó de beber champán en su fonda de Ejea de los Caballeros hasta su muerte a los noventa años. Quizá me corre vino espumoso en la sangre, pienso, aunque no soy gran bebedora, y de ahí tanto jolgorio.

Quizá el problema es que a la familia la inauguró la guerra, esa guerra que los expulsó de Vidreras, de Ejea de los Caballeros. La historia anterior siempre palidece ante las peripecias vividas durante la huida y la llegada a México, y nuestra vida completa aquí, una saga difícil de omitir. Antes de ello sólo distingo, un poco borrosos, corchos y botellas de champán, naranjas valencianas, viajeros que pasan por una fonda, jesuitas que se saltan la barda de un convento, maestros de primaria en Cataluña y al hijo del administrador de tierras de una duquesa que se casó con su criada. Una novela un poco estrafalaria, pero muy viva, y que también me atrae.

Me inscribo en una de esas páginas de Internet que encuentran a tus antepasados, no acabo de entender por qué lo hago. Me parece clarísimo cuando los demás me lo explican: buscan su raíz judía, maya, árabe, tolteca, rusa. Yo no sé bien qué raíz buscar, ni estoy segura de que la sangre me interese. Me interesa lo que hacían, quiénes eran, cómo vivían, y eso no aparece en ningún registro. Hay quien se hace una prueba de ADN para saber de dónde vienen sus ancestros, pero eso está clarísimo: todos provenimos de África, nuestro mayor tatarabuelo se columpiaba comiendo fruta entre los árboles, entre el jolgorio y las peleas, y eso me gusta. Me encantaría que la página de Internet rastreara a los ancestros así: quién evolucionó de quién, de qué pez al que le salieron patitas surgieron la bisabuela bebedora, los tapones del tatarabuelo. Pero los registros, dice la página, no llegan tan lejos. Quizá lo hagan si pagas una cuota mayor y asciendes a la clase premium, sugiere; yo lo dudo. Mientras tanto, cuando entro a la página empiezo a divagar; si sigo así encontraré a los parientes de otras personas. En todo caso les aviso.

AQ

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