¿Cómo leer Anfiteatro (Arlequín/ Secretaría de Cultura), esa novela escurridiza de Alejandro Arteaga? ¿Nada más que como un thriller policiaco, ambientado en una Viena espectral y decadente, con el empeño clásico de conocer los motivos de un asesinato? ¿Como una puesta en escena de los excesos del arte contemporáneo, botín de advenedizos y charlatanes? ¿O como la prueba de que la tecnología se ha convertido en una amenaza mayúscula para el género humano?
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No es fácil arriesgar una respuesta, sobre todo porque una de las virtudes de Anfiteatro es que desconfía de la pureza de los géneros. El relato fantástico muda de piel para transformarse en especulación científica, que sin tropiezos evoluciona hacia el ensayo, que a su vez tiende hacia el terror metafísico… Y lo más gratificante es que estas mudanzas se producen con virajes suaves de tono, mediante una escritura de naturaleza camaleónica.
La extrañeza se instala desde las primeras páginas y no cesa de recubrir los hechos: una historiadora del arte ha sido asesinada y su cuerpo —decapitado, desmembrado y vuelto a armar— presentado como si se tratara de una instalación plástica. Un antiguo amante, un escritor, decide entonces jugar al detective, sin más experiencia que la proveniente de sus libros favoritos, y hallar al asesino. Lo que podría ser una trama convencional de pistas falsas entremezcladas con revelaciones inesperadas toma en cambio la forma de una fantasmagoría. Nada hay de normal en los seres a los que ese escritor debe interrogar o confrontar: o exhiben las marcas de una vidente, o solo son capaces de comunicarse a través de mensajes cifrados o se creen destinados a hacer volar por los aires la marcha de la humanidad. Son todos estrambóticos, tanto que se antojan los habitantes favoritos de las pesadillas. De hecho, en sus pasajes más delirantes y opresivos, Anfiteatro provoca el efecto de una sustancia alucinógena: consigue mostrar que la realidad siempre está un paso atrás o dos más adelante.
El mundo como enigma es una intuición que nos acompaña al menos desde que el arte se erigió en una forma de conocimiento. Pero en dónde queda el arte como forma de conocimiento cuando se propone el envilecimiento de nuestra humanidad a través de sus más extremas capacidades de expresión. Esa es la pregunta a la que Alejandro Arteaga ha intentado dar respuesta con las luces de la imaginación literaria.
Anfiteatro
Alejandro Arteaga | Arlequín | México | 2021
AQ