Antídotos: la resistencia literaria ante la enfermedad

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Álvaro Uribe enfrentó la posibilidad de la muerte con el recurso del estilo. En 'Tríptico del cangrejo', el dolor y la incertidumbre se traducen en una literatura lúcida, irónica y, paradójicamente, curativa.

Álvaro Uribe, 1953-2022. (Foto: Mónica González)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Solamente en un par de ocasiones, afables y memorables, tuve oportunidad de convivir con Álvaro Uribe; pero, como lector suyo, esas veces que disfruté su plática reconocí el tono inconfundible de su escritura, es decir, una emocionante tensión entre la exquisita urbanidad y el afinado ingenio, entre la deslumbrante impersonalidad y la medida confidencia. Estas características destacan en Tríptico del cangrejo (Alfaguara, 2023) el libro que Álvaro Uribe consagró a registrar su triple batalla contra el cáncer, y que se publica póstumamente con prólogo de Rafael Pérez Gay y epílogo de Tedi López Mills.

El escritor hace un recuento, en forma de diario, de las tres ocasiones en que el cáncer lo invadió: en 2008 cuando se le descubrió un tumor en el pulmón derecho; en 2012, cuando se le detectó cáncer de próstata y, finalmente, en 2021 cuando el mal se dirigió, ya de manera fatal, a su pulmón izquierdo. El escritor enfrenta la posibilidad de la muerte con el recurso del estilo y, por eso, el dolor y la incertidumbre se traducen en una literatura lúcida, irónica y, paradójicamente, curativa. No hay, en este libro forjado en circunstancias límite, ninguna salida de tono, ninguna exaltación o perorata, sino que mantiene el ritmo de toda la obra de Uribe: la elegante contención de una prosa finísima, en la que siempre están presentes la inteligencia y el humor.

A través de la narración y reflexiones de Uribe es posible asomarse al vértigo que provoca una manifestación tan concreta de la finitud como el cáncer y al nuevo sentimiento del tiempo, personal y familiar, que se instaura, ya normado por la enfermedad. El narrador describe los síntomas del mal, los tratamientos que inoculan veneno para prevenir un mal mayor, las infinitas antesalas y las secuelas de los remedios. Igualmente, con su característico humor, traza una picaresca del entorno de la enfermedad: las reacciones contrastantes que suscita la figura del enfermo entre su círculo social (los que huyen, los empalagosos o los motivadores que prescriben “entereza”), las curiosas solidaridades y afinidades entre “co-cancerosos” que se establecen en las salas de espera y el negocio de la salud privada, que incluye la codicia de algunos médicos y el martirio de los seguros y sus letras chiquitas.

No se trata de una crónica terminal, pues en casi todo el libro hay una expectativa de recuperación y una lucha disciplinada, cobijado siempre por su esposa Tedi, para acompañar los tratamientos. Tampoco hay en estas páginas, tan sobrias como desgarradoras, atisbos de moralejas, sino una reposada lucidez que sabe agradecer la vida y respeta sus enigmas. La enfermedad, en suma, no transforma las funciones de la escritura, al contrario, el escritor mantiene su “yo” a partir de esta canalización de la experiencia patológica: con la fluidez, ecuanimidad y precisión de su prosa, Uribe ensaya un antídoto intelectual y espiritual y opone una tenaz resistencia a la irrupción caótica de la enfermedad.

AQ

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