En épocas remotas, a comienzos del siglo pasado, existió una tira cómica dominical fabulosa que se publicaba en el New York Herald. Se llamaba “Little Nemo in Slumberland” (algo así como “El pequeño Nemo en el país de los sueños”). El pequeño Nemo era un niño que soñaba y cada noche vivía una aventura realmente fastuosa; su cama era un vehículo de sueños. Muchas veces terminaba en el suelo o su padre corría a despertarlo porque estaba pegando de gritos. Algunos sueños se sucedían como una historia en capítulos. El cómic (que ahora es de dominio público, según me entero en la Wikipedia) es un prodigio del art nouveau: en él hay dragones que al abrir sus bocas forman carruajes en los que Nemo y su princesa entran triunfantes a una ciudad, pájaros enormes, ciudades surrealistas y selvas exóticas. Mi padre, que era muy aficionado a las tiras cómicas, lo compró hace muchísimos años y gracias a él lo conocí.
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En épocas más recientes veíamos en televisión una caricatura de los años cuarenta muy curiosa que quizá todavía existe. Su protagonista era un hombre llamado Mr. Magoo. Chaparrito, cegatón, era un alegre hombre de los años veinte perdido en su época; a veces llevaba unas gafas enormes y muy gruesas y aun así veía muy mal. Sin embargo, la suerte siempre estaba del lado de Mr. Magoo: podía caminar hacia un precipicio que al momento de caer aparecía una tabla salvadora, un carro en movimiento que lo rescataba (este gag original de Buster Keaton lo reprodujo también Rowan Atkinson en una película) y siempre salía ileso. El chiste de Mr. Magoo era que él nunca se daba cuenta de los peligros que enfrentaba y en los que había estado a punto de caer: por ejemplo, en Youtube hay una secuencia genial en la que camina por la cuerda floja de un circo creyendo que va entrando a un restaurante elegante. En cambio, los otros personajes que pretendían salvarlo o pelear con él caían en todas las trampas y terminaban aplastados o quemados a la manera misteriosa en que los personajes se destruyen y regeneran en las caricaturas. Mr. Magoo se peleaba con las estatuas, tomaba clases de baile con la pera del gimnasio, nunca veía la realidad y nunca se desengañaba.
Mr. Magoo y el pequeño Nemo viven en universos paralelos: uno en el universo borroso de sus deseos actuados en la niebla y el otro en la apasionante ficción de los sueños. Los niños de todas las épocas han deseado escapar a su manera de la realidad y los comics les señalaban algunos caminos para la evasión segura y placentera. Yo últimamente veo bastante mal, pero dudo de la realidad todo el tiempo y mis sueños no son tan fastuosos; quizá necesito otra receta.
AQ