Antonio Gades: paso tras paso

Café Madrid

“La danza es trabajo, trabajo y trabajo”, solía repetir después de haberse pasado media vida recorriendo el mundo como bailaor.

El 'bailaor' Antonio Gades, 1936-2004. (RTVE)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Hay quien lleva el arte en la sangre. Luego está Antonio Gades, que en las venas llevaba una anemia. Hijo de un republicano derrotado, niño de la posguerra, pasó “un hambre del carajo” y, antes de ser el bailarín que creaba piruetas imposibles en el aire, fue vendedor ambulante, mozo en un estudio fotográfico, albañil, ciclista y hasta boxeador. Pero de un guantazo lo bajaron del ring y más tarde, con el primer zapateado ante el público, se instaló para siempre en los escenarios.

“La danza es trabajo, trabajo y trabajo”, solía repetir después de haberse pasado media vida recorriendo el mundo como bailaor. De la mayoría de sus actuaciones quedó registro audiovisual y por eso ahora, cuando se cumplen 60 años de la fundación del Ballet Antonio Gades, una de las compañías de danza privadas más importantes de España, el otro día se dieron cita varios flamencos en el mítico Corral de la Morería, donde el maestro debutó como solista.

“Venía muy tempranico, muy tempranico, y se ponía a ensayá, ¡dale que te pego to el día! Actuaba por la noshe y to el público se deshacía en oles y aplausos. Lo había hecho bien, lo hacía fenomenal, ¡qué duda cabe! Pero, al otro día, ahí estaba: ensayando, sudando a shorros otra vez. ¡Qué disciplina tenía, hijo de mi arma!”, me dijo Blanca del Rey, la actual directora artística de este local, situado a un costado del viaducto de Madrid (ahora vallado, para alejar a los suicidas). “Totá: que un día lo vio aquí un americano y se lo llevó pa Nuevayó. Seis meses estuvo ahí, quitando el sentío, triunfando como un bendito. Y de ahí a Italia y luego a Francia. ¡Qué arte tenía Antonio, te lo digo yo!”

Antonio Gades, nombre artístico de Antonio Esteve Ródenas, no era andaluz. Pero como si lo fuera. Nació en un pueblo de Alicante (Valencia), donde no había trabajo que le diera el pan de cada día para curarse la anemia. No obstante, le gustaba bailar y se vino a Madrid para apuntarse a la escuela de la coreógrafa Pilar López, hermana de La Argentinita, cantante coplera. Aprendió pronto gracias a su disciplina y pronto, también, empezó a ejercer lo que denominaba la ética y la estética de la danza: representar la cultura de un pueblo. Tarso, metatarso, giros, braceo. Duende y misterio. Bulerías, tangos, fandangos, alegrías. Los ojos como cuchillos, sobrio, bravo, elegante. Así iba, de país en país, de teatro en teatro, paso tras paso, mezclando el ballet clásico con el flamenco para unir lo antiguo y lo contemporáneo en una puesta en escena puramente expresionista.

La mayoría de la gente, sin embargo, conocía a Gades por lo que de su vida aireaban las revistas del corazón. Y por su radical postura política. Primero se casó con Marujita Díaz, folclórica y comadre de Sara Montiel, y luego con Marisol, la niña prodigio de España en los años 60, con quien tuvo tres hijas. La boda de Antonio y Marisol, que se definían como “obreros de la cultura” y cantaban al unísono la Internacional, se llevó a cabo en Cuba, con Fidel Castro y la bailarina Alicia Alonso como testigos de honor.

Luego vendrían más bodas y escarceos del bailaor “comunista, marxista y filocubano”, también devoto de Federico García Lorca, pero para la crítica especializada siempre fueron importantes sus coreografías de sentimientos. Ahí están, por ejemplo, sus duelos de baile en Bodas de Sangre, o en Carmen y El amor brujo, al compás de Manuel de Falla y la voz de Rocío Jurado (“lo mismo que el fuego fatuo / ¡lo mismito es el querer! /Le huyes y te persigue, / le llamas y echa a correr”). En las imágenes proyectadas en el Corral de la Morería, Gades explica: “siempre he tratado de que todas las coreografías que he creado tengan un soporte literario, para expresar con la danza lo que los novelistas expresan con la palabra”.

Su hija mayor, María Esteve (idéntica, ¡igualita!, a la madre que la parió), que además de actuar en series y películas se encarga de difundir el legado artístico de su padre, se sinceró y hablo del carácter obsesivo de su padre, con el que los miembros de su ballet tenían que lidiar. “Recuerdo que al final de los ensayos Fuenteovejuna, el último espectáculo que él montó, ya todo era casi perfecto y él decía: ‘bueno, muy bien. Pero lo repetimos mañana’. Por eso triunfaba siempre la compañía”.

La tumba de Antonio Gades está en Cuba y su epitafio dice: “Que la tierra sea leve sobre ti, como tú lo fuiste sobre ella”.

AQ

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