En la novela de Knut Hamsum, Hambre, a medida que el protagonista, un escritor pobre, experimenta mayor necesidad, se enfrenta a una mayor cerrazón editorial, al rechazo de sus amigos y a la sospecha de las autoridades por su aspecto. Si a ello se agrega su temperamento paranoico y su absurdo orgullo, se entiende que este individuo casi se consuma de inanición ante la indiferencia de todos.
La literatura desde la picaresca española hasta Charles Dickens o, en el siglo XX, John Steinbeck, Roberto Artl, George Orwell o George Bernanos ha logrado registros vívidos de la pobreza. Estos escritores se internan en la experiencia física y psicológica de la miseria, en el sufrimiento que implica la carencia de satisfactores elementales, en el sentimiento mezclado de desamparo, vergüenza y rabia que embarga al menesteroso. El pobre, en particular el indigente, afrenta la mirada y el olfato de los otros, recuerda la volubilidad de la fortuna y hace renacer los miedos más arcaicos de abandono y precariedad. Por eso, las penurias del pobre son magnificadas por el repudio social y por el propio juicio de su situación como una falla personal.
Si bien se cuenta con estremecedores testimonios literarios de la satanización del pobre, aún falta mucho (sin olvidar obras como las de Pierre Bordieu y Martín Caparrós) para hacer visible e inteligible este fenómeno desde las ciencias humanas. La filósofa española Adela Cortina concibió el término aporofobia para nombrar una de las formas más frecuentes, y poco conscientes, de exclusión, que es el rechazo al pobre. Este concepto se popularizó cuando Cortina publicó su exitoso libro Aporofobia (Paidós, 2017) y, después, cuando el neologismo se incluyó en el Diccionario de la lengua española.
Aporofobia busca definir la especificidad de una de las muchas formas de discriminación. Basada principalmente en el contexto europeo de crisis migratorias, la autora señala que la xenofobia y la discriminación racial no explican totalmente el rechazo a los inmigrantes, pues se acoge a los turistas acomodados, se persigue ávidamente la inversión extranjera y se celebra a deportistas o artistas de la periferia. Por ende, la animadversión a los inmigrantes proviene, más que de su origen, de su situación de pobreza (y esta actitud se replica hacia los pobres locales).
Para Cortina, esta reacción ante el pobre tiene añejas raíces culturales y hasta biológicas, aunque su ideología reduccionista puede desmontarse fácilmente con los instrumentos de la razón empática. Por eso, la autora enlista un conjunto de medidas jurídicas y de política social y educativa que pueden crear un entorno de igualdad de oportunidades y una consciencia más amplia de la dignidad de todos los individuos. Más allá de que sea posible, o no, compartir sus prescripciones y optimismo, se trata de un pensamiento original, y vigorosamente moral, que llama a reparar las capacidades de condolerse del otro y las virtudes de la solidaridad y la hospitalidad.
AQ