Las artes del lenguaje nos han hecho,
lo mismo para bien que para mal,
lo que somos… o lo que podemos ser.
No es exagerado decir que la poesía
es el arte de transformarnos en seres humanos
por medio del uso mágico de la palabra.
El genio de la especie
decidió en un momento dado
(¿hace cuánto… cincuenta mil,
cien mil, doscientos mil años…
tal vez más… tal vez mucho más?)
que tallar un hueso de mamífero
para representar a otro mamífero
no era un esfuerzo absurdo.
Pintar una manada de bisontes
en la oscuridad más profunda
de un gruta alejada de todo
no era una empresa descabellada.
Valía la pena dedicar mucha energía
a dejar plasmada en esas piedras
la imagen fugaz de una cacería.
Una imagen que a partir de ese momento
dejó de ser fugaz y pasó a convertirse
en el principio de una increíble aventura
que pervive, a pesar de todo, hasta la fecha:
la saga de la formación de nuestra especie.
Porque no cabe la menor duda:
al arte nos ha ayudado a convertirnos
en seres humanos… o casi.
Pero aquí cabe preguntarnos
si de veras ya cumplió el arte
con su propósito: ¿ya somos
seres humanos hechos y derechos?
¿O la moneda todavía está en el aire?
Porque si un ser humano es Leonardo da Vinci,
entonces tenemos que reconocer
que ha habido muy pocos seres humanos.
La tarea está apenas por hacerse.
Pero si consideramos que la empresa
de llegar a convertirnos en seres humanos
ha sido realizada ya en su totalidad,
entonces tendremos que reconocer
que el arte ha cumplido con su función.
No es necesario seguir dedicándole
más tiempo, recursos, esfuerzos.
La obra está hecha.
AQ