El limbo rural

Café Madrid

Basada en una historia real, 'As bestas' hipnotiza con gran tensión narrativa y una serie de sensaciones escalofriantemente humanas.

Luis Zahera en 'As Bestas'. (A contracorriente Films)
Víctor Núñez Jaime
Madrd /

Un día de hace casi una década, la guionista Isabel Peña recortó del periódico la noticia sobre la extraña desaparición de uno de los habitantes de una pequeña aldea gallega. Acumular recortes de este tipo es algo normal, dice, porque es probable que alguno acabe inspirándole una buena historia para la pantalla grande. Cuatro años después volvió a abrir el periódico y la novedad era que habían encontrado los restos mortales de aquel hombre, escondidos en un bosque situado a unos 12 kilómetros de donde vivía. La prensa local comenzó a aportar más datos del caso y el interés de Peña no dejó de aumentar.

Resulta que a principios de este siglo, una pareja de jubilados holandeses se había instalado en el pueblo para disfrutar la vida en medio de la naturaleza, encargándose de un pequeño rebaño de cabras y de dos huertos, para hacer queso y cultivar tomates y lechugas. La convivencia con los escasos vecinos iba bien hasta que una empresa de energía eólica fue a hacerles una jugosa oferta por los terrenos comunales, con el objetivo de instalar ahí unos modernísimos molinos de viento capaces de dotar a toda la comarca de electricidad ecológica. Pero para vender esos terrenos era imprescindible que todos los habitantes del lugar estuvieran de acuerdo.

Los vecinos añejos, acostumbrados a trabajar de sol a sol para sobrevivir en una región tan hermosa como descuidada por los políticos, y cada vez más envejecida y solitaria ante la falta de oportunidades para los jóvenes, estuvieron a favor de aceptar la oferta. La pareja de holandeses, es decir, los más “nuevos”, se opusieron rotundamente pues, según ellos, vivían en el mejor sitio del mundo. Al principio intentaron convencerlos de que votaran a favor de vender los terrenos porque, les explicaban, podían elegir cualquier otro rincón de la España vacía para asentarse. Su negativa, sin embargo, siguió en pie y la hostilidad no tardó en desencadenarse hasta el extremo.

“Ustedes sólo quieren jugar a las granjas”. “Ustedes no han nacido y crecido aquí, ¿cómo se atreven a determinar nuestro destino?” Argumentos como estos dieron paso a agresiones específicas: envenenar el pozo de agua con la que la pareja de holandeses regaba sus huertos, robarles la leña, inventar chismes para que ya nadie les hablara y se sintieran aislados… Pero nada de todo eso les hizo desistir. Al contrario: denunciaron varios de esos ataques ante la Guardia Civil (que no intervino porque consideró que “eran cosas de vecinos”).

Llegó el momento en que los que querían vender sabían que sería imposible hacerlo. Pero… ¿realmente se iban a conformar? La única salida era eliminar el obstáculo. Dos hermanos desesperados pensaron que si mataban al señor holandés, su mujer no tendría más remedio que irse y… ¡asunto arreglado! Así que lo secuestraron y lo mataron y lo fueron a tirar a un bosque. Sin duda fue un duro golpe para la señora holandesa, pero ella no se movió de su casa. Cuando unos atolondrados policías le entregaron los restos de esposo en una caja de cartón, habían pasado cuatro años. Ella siempre supo quiénes habían cometido el crimen y también que no debía irse de la aldea porque eso era darles la victoria a los asesinos. Todavía hoy, la mujer continúa viviendo ahí, en el limbo rural, rodeada por sus cabras y tomates, pero no por molinos de viento.

Martin Verfondern, cuya muerte inspiró 'As bestas'. (Especial)

La deconstrucción de la historia, que recuerda la atmósfera del Pascual Duarte de Camilo José Cela o de Los santos inocentes de Miguel Delibes, se ha convertido en la película española del año. El guión de Isabel Peña y la dirección de Rodrigo Sorogoyen han hecho de As bestas un retablo de mezquindad campirana, multipremiado en varios festivales internacionales de cine por hipnotizar al espectador durante casi tres horas con gran tensión narrativa y una serie de sensaciones escalofriantemente humanas.

El filme se estrenó hace casi seis meses, pero las salas de cine continúan llenándose. La otra noche, después de la proyección en el Cine Verdi de Madrid, recibimos a su director con un prolongado aplauso y él, entre otras cosas, explicó el engranaje creado para emocionarse y conectar con la historia (“más que entender, se trata de sentir”) y, al final, se sinceró: “la película fue concebida para tener como protagonista a la mujer que pierde a su esposo en una zona rural capaz de sacar lo más retorcido del ser humano. Pero, curiosamente, para casi todo el que la ve, el protagonista es el hombre asesinado”.

AQ

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