En los pupitres de la vetusta y espectacular biblioteca del Ateneo de Madrid pasaron largos ratos personalidades como Mariano José de Larra, Azorín, Miguel de Unamuno o Pío Baroja. Cuentan que ahí, entre esos altos muros repletos de libros y de historia, tenían lugar animadas conversaciones sobre teorías científicas, ideologías políticas y corrientes literarias o hasta pequeños cónclaves masónicos. Enclavada en el tercer piso de un elegante edificio del siglo XIX, sus numerosos volúmenes han sobrevivido a revueltas y revoluciones. Hoy cuenta con unos 350 mil, lo que la convierte en la segunda biblioteca más grande de toda España. Pero sólo sus socios pueden acceder a ella. Este mes, sin embargo, cuando el espacio artístico, científico y literario privado más importante de España está cumpliendo dos siglos de existencia, han decidido abrirla (gratis) a todo el público. Por eso he podido entrar.
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Todos sus estantes, atiborrados de libros empastados, tienen unas portezuelas de cristal y quizá debido a ello al entrar uno no huele el singular perfume del papel viejo. La sala de lectura está bien iluminada por la luz que dejan pasar las ventanas y, además, cada pupitre tiene su correspondiente lámpara. La estancia contigua, en cambio, es más oscura y pequeña. La verdad es que se parece mucho a los rincones de la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca, pero por su reducido tamaño es conocida como “La Pecera”. Bajo el título Dos siglos buscando la luz, estos días se exhiben aquí documentos, objetos y fotografías que dan cuenta del pasado y la importancia del lugar en la difusión de las ciencias, las artes y el pensamiento en este país.
Está, en primer lugar, el acta constitutiva de la Docta Casa, creada después de la caída de la monarquía absolutista con el objetivo de consolidar el liberalismo. Su primer socio, como consta en el acta de registro, fue el escritor y periodista (valga la redundancia) Mariano José de Larra, famoso en la sociedad decimonónica por la efusividad de sus artículos y columnas, por haber señalado los males de España (“ignorancia, atraso, falta de educación y cultura”) y por haberse suicidado de un disparo a los 27 años de edad al no soportar el abandono de la mujer que amaba. También están los recibos de las primeras cuotas pagadas por sus socios, algunas primeras ediciones de obras donadas y dedicadas por sus autores, partituras compuestas para enaltecer a la institución y varias fotografías de escenas cotidianas, reuniones o eventos llevados a cabo antes y después de la Guerra Civil.
Francamente, la exposición se ha quedado corta y no está a la altura de los hombres y mujeres ilustres que han pasado (y pasan) por aquí. No obstante, la visita se compensa al recorrer sus distintos pasillos, escalinatas y salones, su cantina, la galería de retratos y, sobre todo, el salón de actos, donde su soberbia ornamentación plasma en imágenes la razón de ser y la función del Ateneo. Con una superficie de 220 metros cuadrados como lienzo, el pintor Arturo Mélida centralizó la composición en un templete griego que alberga tres figuras mitológicas conectadas con la sabiduría: Hermes, Atenea y Apolo. El telón, que está a punto de caer tras Apolo, deja entrever al sol, representado por el mismo Carro Solar de Apolo, encargado de recorrer el firmamento con el carruaje para expulsar a la noche y situar al llamado astro rey en lo más alto del cielo, en una escena en que la luz simboliza al hombre iluminado.
Alrededor de estos personajes se ubican doce pinturas o alegorías, que representan, tanto los doce trabajos de Hércules como los doce signos del zodíaco. En la base del templo una abigarrada decoración pone en contacto con el mundo oriental, concretamente con el Japón que tanto fascinó al siglo XIX: dragones, el sol naciente y el ibis (símbolo de la eternidad). Los tondos que encuadran el motivo central muestran las 12 secciones que componían el Ateneo del siglo XIX (Literatura, Matemáticas, Elocuencia…), representadas por frondosas mujeres. Dando relevancia al estrado se sitúan tres grandes paneles en alusión a los epítetos de este lugar: Ciencia (asociada a la civilización árabe), Literatura (asociada a la civilización romana) y Arte (asociada con la civilización cristiana). La imagen rancia que le dio el franquismo al Ateneo de Madrid se ha esfumado y, por fortuna, al cumplir 200 años ha vuelto a ser un faro intelectual.
AQ