Las utopías totalitarias constituyeron un fenómeno de encantamiento colectivo, al que sucumbieron muchas de las mentes más brillantes de su época. En las primeras décadas del siglo pasado, estas utopías se encomendaron a sí mismas la tarea de aterrizar el paraíso y asumieron competencias universales, que acaparaban desde el dominio económico hasta el espiritual y estético.
En efecto, el estalinismo, el fascismo y el nazismo buscaron, aparte de arrogarse las tareas habituales del Estado, inducir la ciencia, regir la cultura y, en general, abducir las almas para salvarlas. El síndrome de Caín y la autofagia estuvieron siempre presentes y los déspotas que administraban estas fábricas de la esperanza no sólo eliminaron enemigos, sino que suprimieron a muchos de sus compañeros de ruta y partidarios más fervientes.
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En su monumental Terror y utopía. Moscú en 1937, el historiador alemán Karl Schlögel se enfoca en la capital rusa durante la conmemoración del vigésimo aniversario de la Revolución de Octubre. Esta efeméride se desarrolló entre acontecimientos polares: un crecimiento urbano espectacular; una vida cultural con grandes compositores orquestas y compañías de danza; una imponente producción cinematográfica; un sorprendente auge del jazz, hazañas de aviación y un moderno transporte subterráneo y, al lado de esto, las hambrunas, el hacinamiento, la ineficacia productiva y, sobre todo, el “gran terror”, esa epidemia de represión que acabó con millones de vidas.
A través de la agitada agenda de ese año en Moscú, el autor ofrece una visión de las contradicciones de esa modernidad forzada y una evaluación del costo humano que, hasta ese momento, implicó el sueño de perfeccionamiento material y moral. Para 1937, Moscú era una metrópoli modernizada de acuerdo a la megalomanía estalinista que buscaba representar una humanidad remozada; sin embargo, detrás de esa escenografía, y con el fin de asegurar lealtades en las elecciones de ese año, se llevaba a cabo una de las purgas políticas más vastas y sanguinarias que se recuerden. En ese lapso se aprisionaron más de 2 millones de personas, de las cuales unas 700 mil fueron asesinadas (lo que tuvo como consecuencia práctica dejar de publicar el directorio telefónico de la ciudad).
Además de los espectaculares juicios públicos de conocidas figuras, la demencial purga incluyó una vasta y anónima tarea de exterminio. En esta circunstancia, las conexiones sociales se trastocaron, los ciudadanos se convirtieron en celadores y delatores y el clima de paranoia y simulación se generalizó. La perspectiva panorámica de las más diversas esferas, desde la oferta cultural, la propaganda, el arte y la vida cotidiana hasta el contexto geopolítico y las intrigas partidistas permite apreciar la complejidad de esa época de vértigo y pavor. Con pulso de novelista, el autor recrea ambientes y personajes, enlaza el detalle pintoresco con la pesadilla y une las vidas comunes con el doloroso bronce de la historia.
AQ