Hace tiempo que mi peluquero no aparece en su salón; yo deseo que esté bien y espero paciente a que regrese, pero me doy cuenta de que mientras más tarda, más pienso en el pelo y sus posibilidades. Cuántas cosas dice el pelo: en él se reflejan la edad, la salud, el ánimo, la apreciación estética, las ideas políticas y hasta las filosóficas. Es extraño que se lean las líneas de la mano, pero no se lea el pelo: ¿cuántas historias no pueden contar las calvas resignadas, los gritos leoninos multicolores, los rapados como mapas, las canas provocadoras, los copetes adustos o gritones? Hasta el futuro se podría adivinar: esa cabellera se va a caer, esas canas gritarán una verdad incontestable, esa mecha rojiza permanecerá durante demasiado tiempo.
- Te recomendamos Malentendidos en la Docta Casa Laberinto
Ya lo escribió Baudelaire en un poema en prosa maravilloso de Spleen de París, “Un hemisferio en una cabellera”. En él, el poeta ve en la cabellera de su amada mares y monzones, viaja a puertos y conoce ciudades, hombres, tabernas, sueña con una historia entera. Y termina: “¡Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos!” Otro poema digamos predictivo podría ser el clásico de Góngora, pues comienza diciendo, como ya sabemos, “Mientras por competir con tu cabello,/oro bruñido, el sol relumbra en vano” y termina con el triste fin que nos espera a todos: “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. El cabello habla, como esa trenza rubia encontrada en un cajón con la que se materializa el cuerpo de una muerta en el cuento “La cabellera” de Maupassant y provoca la locura erótica en el protagonista. Y también Ligeia, la de Poe, se manifiesta como una vampira con su gran cabellera negra.
El cabello despierta fetiches, es cierto; de sólo ver la cantidad de poemas de amor antiguos y recientes dedicados a cabelleras de oro, nos deslumbramos; el niño del cuento de los hermanos Grimm al que se le ha convertido el pelo en oro por sumergirlo en un agua mágica, oculta su brillo bajo una gorra. Pero hay historias con el pelo más divertidas: “En la barbería” de Anton Chéjov, un hombre le cuenta a su joven peluquero que ha prometido a su hija con un maestro de obras. Resulta que el joven ama a la hija y ella le corresponde, pero ante la noticia del matrimonio y la negativa del padre a cambiar de opinión, se va desesperado, dejando al hombre frustrado y con la cabeza a medio rapar: “Hasta la fecha sigue teniendo el pelo largo en una mitad de la cabeza y corto en la otra”.
Así las pasiones en las peluquerías. Yo espero que mi peluquero regrese con bien para no quedar como Rapunzel y prometo no contarle historias que lo hagan dejarme con el fleco a medias.
AQ