Frente a la pesadilla babélica de la incomunicación y la violencia, la Ilustración consideraba que la conversación, en sus distintas modalidades (la charla en la tertulia, el diálogo mediado por los periódicos y revistas o la deliberación política), constituía un acto civilizatorio susceptible de convocar todas las habilidades sociales y las capacidades intelectuales de los individuos en favor de la concordia.
Hace unos decenios, el avance de las tecnologías digitales y el auge de internet y las redes sociales hizo abrigar la ilusión de que el ideal de la conversación podía reavivarse, rompiendo sus límites territoriales y volviéndola más plural, democrática y horizontal. Babel (Trotta, 2017) un diálogo entre el periodista italiano Ezio Mauro y el filósofo polaco, explorador de la modernidad líquida, Zygmunt Bauman (1925-2017), matiza esta ilusión.
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Cierto, el pesimismo con respecto a las tecnologías digitales se ha vuelto muy extendido y rentable; sin embargo, pocas veces se expresa con una perspectiva tan amplia y equilibrada. Para Maurio y Bauman, pese a sus ventajas de cobertura, las redes no han ampliado la esfera pública y, más que ser un espacio de discusión y confrontación de proyectos, constituyen un reducto para la vigilancia, la propaganda y la exposición de fanatismos. La discusión en estos foros está teñida, más que de ideas, de un sentimiento de incertidumbre, coraje y angustia, que se vuelca de manera volátil de un objeto a otro. La sustracción de los elementos cognitivos o de los ideales lleva a una hambruna de la opinión propia, que tiende a ser alimentada desde afuera con información disgregada y fragmentada, con un menú chatarra de estímulos ambiguos que mezclan conceptos y emociones.
Así, la conversación en las redes es una Babel de imágenes, pontificaciones, interjecciones, confidencias e insultos. El albedrío tiende a desvanecerse en la marea de mensajes, conduciendo a adoptar un partido transitorio, responder a un impulso momentáneo o sucumbir al pensamiento mágico. La conciencia de lo real rara vez traspasa los límites de la inmediatez más subjetiva. Esto, aunado al proceso de aquiescencia pasiva que propician las redes, vulnera el proceso de construcción individual de juicios y opiniones.
Por lo demás, en un ambiente que premia el discurso de odio y la injuria, la argumentación resulta un gesto anticuado y poco apreciado por los participantes en la red. De hecho, estas plataformas desinhiben los sentimientos de hostilidad y agresividad, de “irritabilidad universal”, que con tanto empeño ha venido suavizando la civilización moderna en los últimos siglos. En este sentido, dice Bauman, el individuo contemporáneo se ha autoexiliado en una caverna para conjurar la amenaza que le representa el mundo real. Sin embargo, Bauman no claudica: llama a prácticas de comunicación más efectivas que rompan inercias y círculos viciosos, ayuden a reparar el sentido crítico y, sobre todo, afinen la voluntad de entender al otro.
AQ