Los lugares comunes dan buena oportunidad para moralizar. O quizás debo decir que para moralizar hay que recurrir a lugares comunes.
La famosa máxima de “No es más rico quien más tiene sino quien menos necesita”, es una baratija intelectual para amamantar mediocres.
En el Tecnológico de Monterrey hay una inscripción en piedra con palabras de Adolfo Prieto: “Todo el oro del mundo no significa nada. Lo que perdura son las buenas acciones que hacemos para nuestros semejantes”. No veo por qué contraponer una cosa con la otra. Es bueno tener oro. También son buenas las buenas acciones. Una buena acción sería regalar oro. Para eso hace falta tenerlo.
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Las mismas notas canta Mateo cuando sentencia: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?”. O Sebastian Brant, que en La nave de los necios escribe: “Mejor es tener buenas maneras que toda la riqueza de la tierra”.
Estas tres frases usan el superlativo de “todo el oro del mundo”, “el mundo entero” y “toda la riqueza de la tierra”. Bien dice Boecio con lógica infantil: “Si uno solo pudiera acumular en su mano todo el dinero del mundo, los demás hombres quedarían empobrecidos”.
Prefiero el sueño del rico y no soñar lo que sueña el pobre cuando leo a Calderón de la Barca: “Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza”. Es verdad que al morir, siguiendo a Manrique, “son iguales los que viven por sus manos y los ricos”, pero uno sólo puede leer a Manrique cuando está vivo. Y comoquiera supongo que no será lo mismo mi féretro que el de la reina Isabel.
Séneca es más decoroso en su prédica: “El sabio no ama las riquezas, pero las prefiere. ¿Qué duda cabe, además, de que un hombre sabio tiene mayores ocasiones de desarrollar su espíritu en la riqueza que en la pobreza?”.
Aquí el filósofo cordobés va en dirección contraria a la ordinaria sabiduría, así viniera de la diosa Tique: “¡De qué sirve el dinero al hombre vulgar si no tiene recto el espíritu! Sólo puede precipitarlo en la perdición”.
Clemente de Alejandría pide que no se codicien los manjares de los ricos, pues “al poco rato son expulsados a la fosa”. Qué vulgaridad, mi querido Clemente. Nadie los codicia en la fosa, sino en el paladar.
Con afán condenatorio, Sócrates dice que “la riqueza produce el libertinaje, la pereza y el afán de novedades”. La religión hace eco a buena parte de la filosofía al asegurar que el dinero estropea el alma. La sociología explica que eso mismo ocurre por la falta de dinero. Los pobres no son tan bienaventurados como les asegura Cristo.
AQ