'Brujas', de Brenda Lozano: simpatía por el hongo

Opinión | A fuego lento

Saberes ancestrales, poderes curativos, libertad sexual, mujeres rompiendo lanzas y machos ignorantes suenan muy convenientes para armar una novela.

Detalle de portada de 'Brujas'. (Cortesía: Alfaguara)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Suena muy conveniente hacer hablar a una periodista en pie de lucha contra la violencia de género así como a una mujer sin edad que en su niñez fue elegida para tomar un camino reservado a los hombres: el de curandera o bruja o chamana. Suena muy conveniente para aquellos tiempos en que las calles eran el campo de la reivindicación y la rabia. 

De igual modo, suena muy conveniente el retrato en colores cálidos de Paloma, antes Gaspar, el joven muxe que cambió la sabiduría de los hongos por el placer carnal, asesinado mientras se alistaba para perseguir la noche. Son ingredientes de un innegable atractivo mientras volvían a ondear las banderas del feminismo. Y sin embargo, y sin embargo…

Brujas (Alfaguara) es la prueba de que algunos ingredientes pueden satisfacer el gusto de lectores ensimismados en lo que se dice pero no en la forma que toma. Si Brujas se presenta como una novela, debería mostrar, por encima de la anécdota y los personajes, una consciencia artesanal del estilo. Qué pasa: que no se le ve por ninguna parte.

Dos voces alternan y sirven de contrapunto: la de esa periodista indignada, Zoé, y la de Feliciana, la curandera de San Felipe. De Zoé nos llega una atropellada enumeración autobiográfica (infancia, escuela, juventud, amoríos, padres, hermana, vocación universitaria), con tanta prisa que es capaz de soltar frases de este nivel: “se inventó que le encantaba la biología y dijo una serie de datos que cualquiera habría creído que amaba estudiar”. De Feliciana nos llega una corriente sin cauce con presuntas reverberaciones poéticas: “me dijo: prueba que siendo mujer, Feliciana, estás en un camino de hombres, y me tocaba recibir algo que ellos no habían podido recibir no por ser hombres, sino porque yo soy yo, ese era el Libro del que me había hablado mi papá Felisberto”.



Autoconocimiento, saberes ancestrales, poderes curativos, hongos, visiones divinas, libertad sexual, mujeres rompiendo lanzas y machos ignorantes suenan muy convenientes para armar una novela con el puño en alto. Paradójicamente, el Lenguaje, el manto protector y dador de vida de Feliciana, es el olvido mayor en el que ha incurrido Brenda Lozano.


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