Carlos Fuentes y la tenaz influencia

Ensayo

Retrato de los años formativos de Carlos Fuentes, los años de la matrícula universitaria en la Facultad de Derecho de la UNAM y de su encuentro con las obras de Alfonso Reyes, Salvador Novo y Octavio Paz

Fuentes va mostrando cada vez más interés en el curso que toma el debate sobre el significado de lo mexicano (Archivo CFM)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

En su prólogo a La región más transparente (Cátedra, 1982), la historiadora y crítica literaria Georgina García Gutiérrez hace el retrato de los años formativos de Carlos Fuentes, los años de la matrícula universitaria en la Facultad de Derecho de la UNAM y de su encuentro con las obras de Alfonso Reyes, Salvador Novo y Octavio Paz.

Había vuelto a la Ciudad de México cuando tenía 16 años, luego de crecer “en las embajadas que la lotería diplomática fue asignando a mis padres”. Con sus ojos puestos en la modernización industrial y a la vez en ciertos rituales del pasado, esa ciudad era un caldero de contradicciones. Mientras explora la vida nocturna, conoce las seductoras ideas sobre el arte de Adolfo Best Maugard y frecuenta a una corte de magos, merolicos, exóticas y mariachis, Fuentes va mostrando cada vez más interés en el curso que toma el debate sobre el significado de lo mexicano.


La trama filosófica que urdieron El Ateneo de la Juventud, el grupo Contemporáneos y el de Hyperión —a la cabeza del cual se hallaba Leopoldo Zea— estaba muy lejos de la ambición intelectual de Fuentes, quien desconfiaba de las caracterizaciones que habrían de convertir al particularismo mexicano en una caricatura. La revelación vino de la mano de Octavio Paz, que en 1949 publicó su libro de poemas Libertad bajo palabra y un año después los ensayos que reúne El laberinto de la soledad. En la presentación de las Obras completas publicadas por la editorial Aguilar en 1974, Carlos Fuentes considera: “La amistad con Octavio Paz, y el contacto con su obra, fueron estímulos originales y permanentes de mis propios libros […]. De Paz, creo haber aprendido que la novela es el encuentro de una visión del mundo con su necesaria construcción verbal y que el escritor huye de la seguridad para dar los saltos mortales de la espontaneidad y la elaboración”.

Aun en sus aspectos más innovadores, los libros de Fuentes persiguen con tanta insistencia la idea de continuidad histórica que no es difícil observar en ellos una vena de hechizada obsesión. Los pasos de Ixca Cienfuegos en La región más transparente contienen reminiscencias de un tiempo prehispánico abriéndose camino entre automóviles y rascacielos. Chac Mool continúa enterrado bajo nuestras casas y seguimos escrutando el significado de su máscara. Con sus transposiciones temporales, sus anacronías deliberadas, regresiones y círculos, la rareza y el poder incluyente de la obra de Fuentes revelan uno de los aspectos menos visibles de nuestra presunta modernidad: aquí todo ocurre al mismo tiempo.


La vida y la obra de un escritor aspiran muchas veces a ser ejemplares, a convertir lo particular en universal. La ejemplaridad de Fuentes proviene de una infatigable tarea de lector y de otra no menos acuciosa tarea de transformar lo leído en escritura. Cuando lo imaginábamos escribiendo, era menester imaginarlo antes con un libro en las manos.




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