¿Censura mala y buena?

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En 'Contra la censura', J.M. Coetzee utiliza el martirio de un poeta para ilustrar las formas más crueles de castigo al escritor incómodo.

J.M. Coetzee, autor de 'Contra la censura'. (Foto: Ulla Montan)
Armando González Torres
Ciudad de México /

El estremecedor episodio es muy conocido: en 1933 Osip Mandelstam recitó a sus amigos un breve poema contra Stalin. El poeta fue delatado, encarcelado y luego desterrado a una tierra de nadie en donde, acosado por el miedo y la enfermedad, quizá ya chiflado, escribió una oda a su verdugo para contentarlo. Ni siquiera este acto de rendición, que pasaba del repudio al culto, libró al poeta de su trágico final.

En Contra la censura, J.M. Coetzee utiliza el martirio de Mandelstam para ilustrar las formas más crueles de castigo al escritor incómodo. Se supone que la censura es un conjunto de normas jurídicas que buscan inhibir la concepción o evitar la circulación de textos “indeseables”; sin embargo, en muchas ocasiones la censura “evoluciona” hasta un clima de terror, fractura social, paranoia y asedio, que lleva al escritor a literalmente tragarse sus palabras, dando la razón y halagando a sus censores. De esa capacidad de reventar a sus críticos (piénsese en los numerosos y delirantes casos de delación, fratricidio, autocensura y autoinculpación en el siglo XX) se ha alimentado el ego de muchos déspotas.

Puede hablarse de testimonios de censura desde los albores de la escritura; sin embargo, a decir de Coetzee, la censura moderna aparece en el momento en que muchos artistas e intelectuales, apoyados por el poder de la imprenta, por un naciente mercado de lectores y por una mitología gremial se empeñan en desafiar los poderes. A partir de entonces, en distintas latitudes y tipos de regímenes, se han dado recurrentes episodios de censura (algunos cándidos y ridículos, otros pavorosos) y batallas recurrentes por la libertad de expresión artística.

Si bien las principales manifestaciones de censura artística provienen de los poderosos, siempre hipersensibles y vulnerables ante la crítica, en las décadas recientes también ha surgido otro tipo de censura, que busca reputarse buena, y que está ligada a lo políticamente correcto. Esta censura progresista actúa en nombre de comunidades históricamente humilladas y ofendidas a las que (a veces sin consultarlas) dice representar y defender. Esta censura es especialista en detectar expresiones o manifestaciones del gusto en la literatura y la vida cotidiana asociadas a supuestos episodios traumáticos de dominación y abuso histórico. De ahí los recientes actos de justicia retrospectiva que expurgan y aliñan textos literarios incorrectos (los de Road Dahl y Agatha Christie, por ejemplo) a fin de quitarles el aguijón de su poder ofensivo contra determinados sectores.

Desde luego, es fundamental reconocer, señalar y contextualizar los prejuicios enquistados y evitar la perpetuación de cualquier tipo de agresión histórica; sin embargo, es importante también esgrimir equilibrio analítico y sentido común para evitar que la censura retrospectiva anule la posibilidad del encuentro entre opuestos que implica la lectura y entronice las actitudes mecánicas de suspicacia, rencor y revancha.

AQ

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