Quién no sueña, en medio del calor, con llegar a un restaurant a tomarse una cerveza fresca y coronada de espuma. Y si es junto al mar, mejor. Por eso la cerveza no es una bebida como las otras: es un lugar al que se llega después de hacer algo fatigoso, una aspiración. Con un tequila, el efecto de recompensa se amplía y el alma descansa; con más tequilas y más cervezas, el asunto se puede tornar impredecible, pero ese no es el tema, sino la cerveza refrescante.
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En tiempos ya lejanos, en los noticieros cinematográficos que pasaban en el cine antes de la película, una famosa cervecería anunciaba a la rubia superior. La rubia superior era una cerveza representada por una chica, vestida por lo general de traje de baño o a veces de moderno pantalón acampanado, que acostumbraba posar en las rocas junto a un río o una cascada en medio de la selva, o esquiar jalada por una lancha en el mar. Así la rubia superior era una chica deportiva y eternamente feliz; la verdad, cuando la veía en ese estado ideal yo aspiraba a ser de grande como ella, vivir con esa alegría superior y ese sol perpetuo, brindar con cerveza espumosa y no mucho más.
Me parecía un plan de vida bastante aceptable, pero ¿cómo decirle a mis padres intelectuales que yo quería ser una rubia superior y esquiar todo el santo día, sin mayor finalidad que la de refrescarme ad aeternum? Tanto afán por darme una buena educación y que saliera yo con esas cosas, no era plan: por eso cuando me preguntaban que quería ser cuando creciera, respondía pudorosamente que traductora o veterinaria, profesiones dignas y esforzadas, no como la rubia superior que seguramente no sabía hacer nada, fuera de chapotear y asentarse en las rocas como una leona guapísima.
Claro que las enseñanzas de la rubia superior podían ser equívocas: habría quien, después de verla, se pusiera a leer a los nazis como parte de su formación —por aquello de lo güero y superior— y más tarde nos diera extrañas sorpresas de las que cuesta reponerse. Por mi parte, yo leía a Dickens y vivía conmovida por la suerte de Oliver Twist y David Copperfield. En todo caso, mi duda era si como rubia superior alcanzaría tumbarme a leer en la lancha entre vuelta y vuelta de esquí acuático por la bahía de Acapulco: el Londres neblinoso de Dickens y el sol guerrerense no terminaban de llevarse bien. Sin duda en la infancia la vida como rubia superior pintaba más emocionante que las otras, pero ya más grande ganó Dickens, qué le vamos a hacer. La vida es rara.
Ah, pero la nostalgia de esos pésimos noticieros cinematográficos, aquella frescura de la cerveza, tan apetecible en estos tiempos aún calurosos en que alguien nos habla sin cesar.
AQ