'Cicatrices de la memoria': ¿camino de expiación?

A fuego lento

Sealtiel Alatriste expone su calvario con señas íntimamente dolorosas, pero rehuye la pelea cuerpo a cuerpo a la hora de invocar a sus detractores.

Esta novela marca el regreso de Sealtiel Alatriste a la narrativa. (Cortesía)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Hace algunos años, poco después de anunciarse su nominación como ganador del Premio Xavier Villaurrutia, Sealtiel Alatriste fue acusado de plagio. De este modo, se vio en el trance de renunciar al Premio y, de paso, a la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Acusó otros golpes: en su vida matrimonial y en su carrera como editor y escritor. Parecía una estrella en ascenso y de pronto se halló en otra parte, en esa zona donde su trayectoria no pasaba de ser un desacreditado rumor.

Esos reveses son el combustible que pone en marcha la trama de Cicatrices de la memoria (Alfaguara), un libro desconcertante. Las cosas no le ocurren a Sealtiel Alatriste —como cabría esperar ya que todo es autobiografía— sino a otro, a Sergio Soler, quien se muestra a través de la mirada inquisitorial y omnipresente del narrador que interviene a la manera de un profeta del Antiguo Testamento: señala, fustiga, condena. A quién se dirige: no al lector sino a ese “funcionario diferente, culto y sagaz” que es Sergio Soler.

Recuento, bosquejo, informe, son los términos que el narrador utiliza para definir el “año terrible” padecido por Sergio Soler. ¿Así que la tan mentada autoficción no se pasea aquí por el escenario? No, al menos, como actitud literaria. Qué queda entonces: una notoria y espasmódica impostura. Sealtiel Alatriste —no su narrador— expone su calvario con señas documentales e íntimamente dolorosas pero rehuye la pelea cuerpo a cuerpo a la hora de invocar a sus detractores y, sobre todo, a quien le atribuye la orquestación de su caída. La concurrencia de figuras del mundo literario —llamadas por su nombre— y de muchas otras a quienes sospechamos o reconocemos a pesar de la parodia puede resultar aconsejable desde el punto de vista de la supervivencia pero termina por despojar al “informe” de cualquier rastro de sinceridad. Sobrevive únicamente esa voz, en la cual reconocemos la culpa y el castigo, que, página a página, machaca a Sergio Soler por “la fatuidad, el orgullo, la frivolidad, las infidelidades” y “la prepotencia con que habías actuado”. Sobrevive, pues, el deber de hacer públicas las miserias y la urgencia de absolución.

No me parece injusto afirmar que, más que a la ficción literaria, porque encima de todo carece de bondades estilísticas, Cicatrices de la memoria pertenece al subgénero de la conciencia autopunitiva que toma la forma de los libros de autoayuda.

ÁSS

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