'Una cita con la Lady': dulce y mortal heroína

A fuego lento

Mateo García Elizondo debuta en la narrativa con tal energía que su prosa parece escrita por un veterano marcado con toda clase de cicatrices.

Detalle de portada de 'Una cita con la Lady'. (Anagrama)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

A pesar del guiño evidente en las líneas de apertura (“Vine al Zapotal para morirme de una buena vez”), no recomiendo leer Una cita con la Lady (Anagrama) como una parodia o un homenaje a Pedro Páramo. Sigue el dictado del viaje a la tierra de los muertos pero está en otro nivel, sobre todo porque ese viaje no sería posible sin la intervención de la heroína, la patrona de quienes persiguen la autoextinción.

Mateo García Elizondo es una personalidad en el cine y la narrativa gráfica. Su guion para Desierto, dirigida por Jonás Cuarón, obtuvo un premio en el Festival Internacional de Cine de Toronto. En cuanto a sus incursiones en el cómic, no le faltan casas de publicación. Una cita con la Lady señala su debut, y despliega tal energía que parece escrita por un veterano marcado con toda clase de cicatrices.

La novela es un sostenido descenso hacia ese otro lado en el que hombres y mujeres actúan del mismo modo en que lo hacían mientras se creían vivos: deseando una inyección más antes de ser alcanzados por la ansiedad y los temblores bajo la piel. Descender tiene mucho que ver con los viajes iniciáticos y por eso el protagonista —a quien seguimos mediante los apuntes que registra en un cuaderno— recibe el impulso de una corte de apariciones en las que reconocemos una corriente fantasmal. García Elizondo registra por igual el trance alucinatorio, el del otro viaje, que la realidad infecta a partir de la cual el protagonista revive sus primeros tratos con la Lady y el despeñadero de sus compañeros de abismo. ¿Qué importa si la niebla que envuelve las percepciones inducidas por la heroína impide discernir el mundo de acá del mundo habitado por presencias que intervienen para luego desaparecer sin dejar rastro?

En vez del telón de concreto y de las convulsiones urbanas, García Elizondo ha elegido el espacio inerte de un pueblo maderero. Eso le permite imaginar haciendas abandonadas, tesoros enterrados al pie de una higuera, sembradíos de nopal, puertas y ventanas selladas con el signo de la cruz. Un damnificado de la heroína paseando su miserable humanidad por un escenario igualmente miserable resulta así más convincente que esa misma versión escandalizando a los vecinos del Centro Histórico de la Ciudad de México. Resulta más convincente, y genuino, porque ha huido de los lugares donde estamos acostumbrados a cualquier cosa.

Una cita con la Lady

Mateo García Elizondo | Anagrama | España | 2019

RP | ÁSS

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