La ciudad se ha vuelto invivible.
O se está volviendo invivible.
O se volverá en corto plazo…
Y no es esta ciudad o aquélla,
son todas las ciudades
que de pequeñas pasan a medianas,
de medianas a grandes,
de grandes a metrópolis
y de metrópolis a monstruos.
Y todo en un periodo tan corto
que no hay tiempo para nada…
un crecimiento sin precedentes.
Hoy en día las únicas ciudades vivibles
—más o menos habitables—
son las que se han mantenido pequeñas…
o no demasiado grandes.
Pero en todas las ciudades,
desde las mínimas
hasta las inimaginables,
imposibles de medir
y hasta de nombrar
(¿cómo se llama esa ciudad en California
que abarca desde San Diego
—si no es que desde Tijuana—
hasta San Francisco?)
hay remansos de paz.
Una hermosa esquina,
un parque frondoso,
un rincón romántico,
un café hospitalario.
un bello edificio.
Amenazados todo el tiempo
por el imparable progreso
de las cuentas bancarias
de los grandes hombres
que conducen siempre
de modo irreprochable
la marcha de la economía
y los altos destinos del país,
en estos humildes refugios
perdura el alma de la ciudad.
Oasis cotidianos
donde la gente recuerda
que sin tiempo y sin reloj
vale la pena vivir.
AQ