La otra noche, entre el frío y la lluvia, el cineasta más icónico de España llegó al que fuera el último cine porno de Madrid para presentar el libro de su última y exitosa película, Dolor y gloria. Desde hace tres años, la Sala Equis es un enorme gastrobar del centro de la ciudad, con una pequeña y refundida estancia para exhibir “cine de autor”. Con su remodelación (o gentrificación), la mítica sordidez se esfumó y la beautiful people empezó a dejarse ver ahí todas las noches, charlando a gritos y consumiendo decenas de cocteles y tapas “glamurosas.” A la presentación del libro de Pedro Almodóvar acudió tanta gente que los vigilantes del lugar tuvieron que cerrar las puertas para evitar que se colapsara. El manchego más universal (después del Quijote) fue recibido por un enjambre de fotógrafos y una avalancha de aplausos antes de que, con las canas electrizadas y el hablar pausado, contara los detalles de la creación literaria que envuelve sus películas.
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Los libros (y la lectura) están presentes en prácticamente toda su filmografía. Son paraíso, refugio o salvación de algunos personajes o son elementos que enriquecen la historia contada en la pantalla o incluso, de manera intencionada, forman parte de la escenografía. Los libros, además, han sido germen y columna vertebral de títulos como Julieta, basada en algunos relatos de Alice Munro, y La piel que habito, adaptación de Tarántula, la novela por Thierry Jonquet. Si el afamado director tiene que recurrir a los textos de otros es porque considera que él no tiene suficiente talento. “Desde mi más tierna infancia”, contó ante una audiencia embelesada, “lo que quería era ser escritor. Recuerdo que lo primero que escribí, a los ocho años, fue una historia de ficción sobre un cordero que se llamaba Inmaculado”. El hombre que hoy posee dos Oscar (y aspira a ganar otro en la próxima edición de los premios) siguió escribiendo en su adolescencia, pero un día se le cruzó en el camino una cámara Súper Ocho y entonces su vocación tomó otro rumbo. “Empecé a ilustrar con imágenes algunas de las historias que tenía escritas y me fui dando cuenta de que no era muy bueno como escritor y de que la narración en imágenes me resultaba más asequible”.
No obstante, Almodóvar se propuso leer cada vez más. En realidad, más que leer, se dio cuenta de que le gustaba “trabajar” con los libros. Presume de tener la mayor parte de los ejemplares de su biblioteca muy subrayados y con un montón de notas al margen. “El libro con más páginas marcadas y en el que mis anotaciones a lápiz compiten en extensión con el texto original es la colección de relatos de Lucía Berlin, Manual para mujeres de la limpieza. Sus relatos son tan descarnados y tan divertidos que me tienta hacer algo con ellos”, confiesa en Dolor y gloria, el volumen (cuya portada es el estupendo cartel utilizado en Francia para promocionar la cinta —Antonio Banderas con la alargada sombra de Pedro Almodóvar sobre un fondo rojo) que no es, simplemente, “el libro de la película”. Se trata de un artilugio literario que contiene guión, memoria, explicación del origen y desarrollo de las historias (con pinceladas autobiográficas) que engloba el film, así como fragmentos del storyboard y algunas fotografías del rodaje.
Las luces de la Sala Equis tuvieron que ser atenuadas para que el cineasta no sufriera durante el evento por la fotofobia que padece. Así que pudo quitarse sus infaltables gafas de sol y hablar largo y tendido. Dijo que cada una de sus obras es una ficción que nace a partir de un elemento de la realidad. “Y no me preocupo por la verdad, sino por la verosimilitud y porque el resultado sea entretenido y emocionante”, apostilló.
Además de guiones, suele escribir relatos cortos que, muchas veces, inserta en sus películas: “es el caso de ‘El amante menguante’, que incluí en Hable con ella, o de ‘El primer deseo’ y ‘La adicción’, que encontraron sitio en Dolor y gloria.” Si se comparan sus guiones con los de otros autores, salta a la vista que los de él son más detallados. Con ello, lo que pretende “es que el actor, cuando lea el guión, sepa desde el primer momento qué es lo que tiene que hacer, a qué gesto debe recurrir o qué tono tiene que utilizar”. Es la exhaustividad como herramienta, pero también es el control total sobre la obra cinematográfica. Por eso —y no por otra cosa— pasa mucho tiempo reescribiendo, especificó, y así desató más aplausos y, después de la lección, la noche se hizo menos fría.
RP