Los libros de Laberinto

Reseña

Esta semana recogemos textos sobre el trabajo de Alberto Barrera Tyszka en Mujeres que matan, Francisco Martín Moreno con Ladrón de esperanzas y el compendio ilustrado de la editorial Larousse sobre El mundo del vino

La inquietante pregunta que recorre estas páginas de manera implícita es si toda mujer esconde un deseo latente de venganza
El máximo líder no puede fracasar. Se sabe predestinado a construir una nueva nación.  Pero su llegada al poder lo ha enfrentado con una realidad infl
Un compendio, ilustrado con cientos de fotografías, sobre todas las aristas que intervienen al degustar vino
Laberinto
Ciudad de México /

Venganza
La aventura literaria deviene pronto en un medio para escapar de la angustia cotidiana de esta distopía caribeña. Un primer crimen fortuito las convierte en cómplices y la lectura de un libro de autoayuda, en asesinas. La inquietante pregunta que recorre estas páginas de manera implícita es que toda mujer, en nuestras sociedades impunes y machistas, esconde un deseo latente de venganza; toda mujer tiene un crimen pendiente. La novela también discute el valor terapéutico de la literatura, las múltiples formas del deseo y el fraude moral de los libros de “desarrollo personal”. Con una sensibilidad única para entender el universo femenino, sus gestos íntimos y sus deseos más oscuros, con el trepidante ritmo de un thriller y con la profundidad analítica de un testigo alerta de nuestros días, Mujeres que matan es la confirmación del venezolano Alberto Barrera Tyszka como uno de los grandes narradores de nuestra lengua.
Alberto Barrera Tyzka: Mujeres que matan. Literatura Random House, México, 2019.


¿Y ahora qué?

Antonio M. Lugo Olea supo encender la imaginación y la esperanza de millones de mexicanos ofreciendo una lucha frontal contra la corrupción, la impunidad y la delincuencia organizada. También prometió hacer lo posible por terminar con la pobreza, la marginación y la injusticia. Los ciudadanos, hartos de gobiernos de ineptos y ladrones, con su voto llevaron a AMLO a la presidencia del país. Por si fuera poco, su partido también consiguió una avasalladora mayoría en el Congreso, vital para apoyarlo en todos sus proyectos.
El máximo líder no puede fracasar. Se sabe un caudillo predestinado a construir una nueva nación, un iluminado cuya misión es no volver a robar la esperanza de los que menos tienen, un visionario constructor de oportunidades antes negadas. Pero su llegada al poder lo ha enfrentado con una realidad inflexible y terca. El presidente parece no darse cuenta de que va a necesitar algo más que buenos propósitos. ¿Qué suerte correrán los mexicanos que creyeron con fe ciega en la magia mística de sus palabras?

FRAGMENTO

Si bien la más cara aspiración de mi existencia durante interminables cincuenta años consistió en llegar a ser presidente de la República, nunca imaginé la posibilidad de experimentar otro deseo similar, intenso e indomable: la vida, Dios, Nuestro Señor, alguna divinidad, una inteligencia superior a la humana, tal vez un supremo arquitecto ha de concederme el incomparable placer de poder ir a escupir sobre la tumba de Ernesto Pasos Narro.


Sí, sí, ya sé que no hay ninguna condenación para quienes estamos con Cristo Jesús, sé que el que gana almas es sabio; sé que de la misma manera en que Cristo perdonó, yo debo perdonar para salvarme, pero no puedo, no, no puedo perdonar, Dios me perdone, a Pasos Narro ni a la pandilla que gobernó a este país los últimos seis años. Sé que he repetido en todo foro al que asisto aquello de “paz y amor”, y sé que he insistido en perdonar, sí, perdonar, pero olvidar, no. Sé que debo ser congruente en mis posiciones políticas para no perder el respeto de mis conciudadanos, ¿cómo negarlo? Pero ¿disculpar a quienes le robaron sus migajas a los pobres, asaltaron a los miserables que ya no creen ni en la Virgen ni tienen consuelo alguno?, ¿perdón para esos miserables ladrones que nunca conocieron la piedad? Si yo llegara a disculparlos y no los acusara ni los denunciara ni los encarcelara, semejante absolución legal a los bandidos me haría cómplice y culpable de cargos peores aún de los que ellos son acreedores y, sobre todo, haría insoportable mi existencia por traicionar los principios éticos contenidos en mi Constitución Moral… ¿Con qué cara podría ver al pueblo si me convierto en aliado de rufianes poderosos que le arrebataron el pan de la boca a los olvidados?


Juré acabar con la corrupción en este país maravilloso que se desangra por los costados; juré acabar también con la Mafia del Poder y encarcelarla para que ya nunca volviera a imponer a un nuevo títere. Juré administrar una gran purga para ahorrar quinientos mil millones de pesos que son el saldo de los cochupos y de la putrefacta corrupción del gobierno; juré arrestar a los ladrones del patrimonio público y ahora tengo que tragarme una a una mis palabras, porque no perseguiré a nadie aunque me acusen de traicionar las promesas de campaña con las que logré que treinta millones de mexicanos me eligieran para hacer justicia y aplicar indiscriminadamente la ley por primera vez en nuestra dolorida historia. Pero bueno, por más que le choque a medio mundo lo de “al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie”, debe entenderse como una estrategia para ganar votos. Mi promesa es válida del 1 de diciembre en adelante, porque para atrás nada, ni siquiera para tomar vuelo, aunque mis opositores me ataquen alegando que se trata de una invitación al gobierno saliente para robar hasta hartarse en la inteligencia de que no perseguiré a nadie. ¿A robar, entonces? Si así lo quieren entender, ni modo. Claro que mis seguidores me etiquetarán también como el primer presidente “blanqueador” porque estoy lavando el dinero robado por Pasos y su pandilla de pillos, pues no los voy a enjuiciar, bien, sí, pero prefiero, por el momento, cumplir mi pacto secreto con Pasos y con Villagaray, por más que me duela, en lugar de cumplirle al pueblo de México que tanto se merece y tanto le quedamos a deber los políticos, pero que muy pronto se olvida de todo. Esa es la ventaja: mis compatriotas, para mi buena fortuna, tienen muy mala memoria y no se acuerdan de nada y cuando finalmente se acuerdan, no hacen nada, y menos todavía si el día de la protesta callejera se juega un clásico de futbol o llueve, porque entonces nadie los sacará de sus casas. ¿Cuántos presidentes no soñarían con tener un electorado así de olvidadizo y de resignado?


Millones de mexicanos creyeron en mi decisión de erradicar la corrupción y superar sus terribles condiciones de pobreza, en donde está sepultada la mitad de la población. Imposible decepcionarlos. ¿Qué sería de México si al final de mi mandato entregara las mismas cuentas desastrosas de Pasos Narro? ¿Y si multiplicara el número de marginados? ¿Y si la inversión extranjera no creyera en mí y me abandonaran a mi suerte? Ah, cómo odio a los podridos pirrurris de Wall Street, ese nido de agiotistas. ¿Y si yo no impartiera justicia como ellos esperan? ¿Y si no elevara drásticamente el nivel de vida y las condiciones materiales de quienes me condujeron al máximo poder en México? ¿Qué cuentas voy a entregar si no creo millones de empleos a lo largo del país, si no encarcelo a los pillos, si no aplasto a los narcotraficantes que envenenan a la sociedad y la esquilman, si no propicio condiciones de bienestar ni aplico la ley ni barro las escaleras de arriba hacia abajo? De sobra sé que la Suprema Corte nunca ha hecho nada por México, ¿y si también fallara mi revolución ética y nadie se ajustara a mi Constitución Moral y el pueblo traicionara los santos postulados de Jesús? ¿Millones de mexicanos vendrán entonces a escupir mi tumba? No, por favor, no…


¿Acaso en mi último informe de gobierno, en el 2024, me disculparé ante la nación con el famoso “ustedes perdonen”, al estilo de los jueces o ministerios públicos que liberan a los delincuentes ante una denuncia supuestamente viciada de mil nulidades, entre otras tantas incapacidades o corruptelas? Ustedes perdonen, pero no pude con los narcos ni con los traficantes de gasolina ni con los asaltantes de trenes ni disminuí el número de desaparecidos ni de ejecutados colgados en los puentes peatonales, entre otras escenas macabras, ni acabé con la delincuencia urbana, ni logré recluir en prisión a los presupuestívoros ni alcancé a crear fuentes de riqueza ni logré educar al pueblo por más que llevé a cabo una nueva reforma educativa ni convencí a los capitales extranjeros ávidos de la posibilidad de invertir en nuestra energía eléctrica y petrolera para lucrar con el patrimonio de todos los mexicanos… ¡Ay, dolor! ¿Voy a salir ese 1 de septiembre, en el último informe presidencial de mi primer sexenio, a sumarme a las históricas justificaciones de los asquerosos tricolores o a las de los cínicos azules, unos más incapaces y corruptos que los otros? ¿Voy a pasar a la historia como uno más de ellos, para que me etiqueten como parte de la Mafia del Poder, cuando me comprometí a ser el mejor presidente de la historia de México? ¿Yo, el líder del cartel de la Mafia del Poder porque me fue imposible impartir justicia, construir el Estado de Derecho prometido? ¿Ahora soy su compinche? ¿Esta sería una parte de mi discurso de despedida?


La posteridad debe premiarme con grandes avenidas que habrán de llevar mi nombre escrito con letras mayúsculas: ANTONIO M. LUGO OLEA, Benefactor de México, Benemérito de la Patria en Grado Heroico, Protector de la Nación, Verdugo Invencible de los Mafiosos, César Mexicano, Padre del Anáhuac, Ángel Tutelar de la República Mexicana, Visible Instrumento de Dios, Salvador de la Paz y del Amor. Eso es, ¡claro que sí…! ¡Me canso, ganso! Habré de merecer un hemiciclo más grande que el de Juárez, el Benemérito de las Américas, en donde yo aparezca sentado en un trono de nubes, rodeado de arcángeles vaporosos especialmente seleccionados para colocar en mi cabeza una corona dorada de laureles, una muestra palpable de mi ingreso a la eternidad. He de merecer espacios dignos en todas las enciclopedias, así como varias páginas lúcidamente escritas en los libros de texto gratuito, con fotografías de mi imagen a todo color en actos públicos, en giras de trabajo y en mi despacho, con la banda presidencial puesta. Los estudiantes de escuelas públicas y privadas jamás deberán olvidar el éxito de mi Cuarta Transformación, diseñada con buena fe para conquistar el bienestar de la nación, en lugar de que vayan a llenar de gargajos mi lápida. Merezco al menos que se me recuerde con una colosal cabeza al estilo de mis paisanos, los olmecas. Una cabeza con mis rasgos, tallada en basalto, que inmortalice mi efigie con una expresión de sabiduría.

Francisco Martín Moreno: Ladrón de esperanzas. Alfaguara, México, 2019.



Sobre el vino
Con la colaboración de destacados enólogos y las aportaciones singulares de especialistas en otras parcelas del saber, este es un compendio ilustrado con cientos de fotografías que se estructura en torno a los siguientes capítulos: De ayer, hoy y mañana; un recorrido por la historia del vino. De los saberes del vino; las cepas y sus variedades. La vendimia, los métodos de elaboración del vino, los tipos de botella y etiqueta. Las ferias, capítulo repleto de curiosidades, anécdotas y pasión por el vino. De los placeres del vino. Las añadas, en qué consiste una cata, cómo se sirve un vino, tipos de copas, los maridajes clásicos, todo lo que hay que saber para disfrutar el vino con todos los sentidos. De las regiones del vino. Un recorrido por las principales zonas vitícolas. Del vino como rito y cultura; personajes diversos que se han ocupado del vino en alguna de sus manifestaciones.


Equipo Editorial Larousse: El mundo del vino. Larousse, México, 2019.


G. O.


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