Retrato de un país

Café Madrid

Termina la serie que durante más de dos décadas años retrató desde lo familiar las constantes transformaciones en el acontecer político, social y cultural de España: 'Cuéntame cómo pasó'.

Reparto de 'Cuéntame cómo pasó' en su temporada final. (RTVE)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Durante veintidós años, un padre autoritario, una madre abnegada, cuatro hijos nacidos con varios años de diferencia y una abuela sabia han retratado con sus peripecias a un país que, en un suspiro histórico (un cuarto de siglo), vivió una transformación sin precedentes. En Cuéntame cómo pasó, la serie más longeva de Televisión Española, la evolución personal y familiar, siempre ligada al acontecer político, social y cultural de los años recientes, encapsuló en un docudrama las características esenciales y generales de los españoles actuales. Y, de paso, encarnó al último fenómeno televisivo de un medio que ahora se consume y aprecia de manera distinta a la época en que reinó.

A mí, además, la familia protagonista (y su barrio y su pueblo y sus vecinos y sus amigos y demás personajes sucedáneos) me ha enseñado la historia contemporánea de mi país de acogida. Dicho así, suena poco ortodoxo y poco profesional, y hasta poco elegante, pues mi obligación sería acudir a las obras de los grandes historiadores o, por lo menos, de la Historia mínima de España, ese pequeño libro al que solemos recurrir quienes no hemos nacido en el lugar donde ahora vivimos. Pero, qué quieren que les diga, uno no niega la cruz de su parroquia: para mi generación la TV ha sido el centro de muchas cosas.

Me enganché a Cuéntame dos años después de que comenzara a emitirse (luego me puse al corriente). Desde entonces, todas las noches de los jueves (sin excepción, en serio) me sentaba frente al televisor para entretenerme y aprender lo que ocurrió en España de abril de 1968 a septiembre de 2001, las fechas en las que inicia y acaba la serie. Gracias a eso, por ejemplo, supe en qué consistió el tardofranquismo, la Transición, la Movida, la consolidación de la democracia y los errores de “nuevo rico” que más tarde le pasarían factura a este país. Al ser una ficción, “casualmente” los miembros de la familia Alcántara se veían inmiscuidos o afectados por sucesos como el triunfo de España en el festival de Eurovisión, la represión de la dictadura, la censura, el dominio de la religión católica, la apertura del sistema político, las oportunidades para emprender negocios, el terrorismo etarra, la entrada de la península a la Unión Europea (cuyo dinero y disciplina le marcó un nuevo camino), las drogas, la Expo y los Juegos Olímpicos que permitieron gritarle al mundo que dos acontecimientos como esos ocurrían en un país moderno, la obtención de derechos sociales o, incluso, el “nuevo orden mundial” que trajo consigo el 11-S.

Pero, para serles sinceros, lo que también me ha mantenido atento a la serie durante tanto tiempo es que la de los Alcántara es la única familia española que “conozco” realmente. Resulta que aquí no es costumbre (sé que hay excepciones, pero a mí no me ha tocado alguna) que tus amigos te inviten a conocer la casa donde crecieron (algo que no es malo ni bueno, digo yo, simplemente es algo diferente a lo que se hace en otros países). En realidad, casi dos décadas después de haber llegado a vivir aquí, sólo he ido a casas donde viven familias de inmigrantes ecuatorianos o colombianos o peruanos, pero nunca de españoles (y la mayoría de mis amigos de otros países que se han venido a vivir aquí están en la misma situación). Así que “entrar” cada jueves al hogar de los Alcántara es lo más aproximando que he estado a lo que podría denominarse “la cotidianidad familiar local.”

Como es lógico, conforme fueron pasando los años, y los guionistas fueron “estirando el chicle” de la trama, afloraron algunas deficiencias de fondo y forma en la serie (algunos actores se murieron, otros se enemistaron con los productores –nunca, por fortuna para nosotros los espectadores, los de la familia estelar- y se cayó en alguna incoherencia histórica o en el exceso sentimentalista), pero jamás ocurrió algo tan grave como para reemplazarla por otra. Al contrario: daba gusto ver crecer (y evolucionar como personas) a cada uno de los personajes.

La serie terminó el penúltimo día de noviembre. Para ver el capítulo final no se paralizó toda España (como llegó a ocurrir en sus primeras temporadas), pero fue una noche especial. Porque se emitió la última dosis de nostalgia de lo que ha sido, y es, este país y porque quizá fue la última ocasión en que muchos sintonizaron una canal de televisión (como se ha hecho “siempre”), pues a partir de ahora ya sólo verán series en las distintas plataformas digitales de pago.

AQ

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