Veinte cuentos para lectores de papillas inofensivas

Opinión | A fuego lento

En Cuentos de maldad (y uno que otro maldito), Alma Delia Murillo presenta relatos "a la altura de un gusto sin complejidades ni tormentos", escribe Roberto Pliego.

Detalle de portada de 'Cuentos de maldad (y uno que otro maldito)', de Alma Delia Murillo. (Alfaguara)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

El corazón ruge como “tigre en mitad de la carrera”, los vendedores de tamales oaxaqueños se encomiendan a la Virgen de Guadalupe aunque procuren a la Santa Muerte, las criadas son violadas por sus patrones sebosos y adinerados, los quinceañeros enamorados sufren acoso escolar, los escritores tienen erecciones mientras producen un poema, las niñas salen de casa y días después aparecen desmembradas, los “ministros” habitan casonas “elefantiásicas” en El Pedregal, el hombre más rico de México gobierna una empresa en la que, como dice un personaje, resulta “increíble que aceptemos esta esclavitud como anestesiados y encima agradecemos como perros indignos por tanta injusticia y maltrato”.

De estos materiales de fácil consumo se nutre Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) (Alfaguara). Representan, por encima de cualquier postura retórica, las figuras y los lugares comunes de quien escribe blandiendo la espada flamígera de la superioridad moral.

Los veinte cuentos reunidos por Alma Delia Murillo ilustran la mala puntada de convertir un género literario en escenario de un puñado de opiniones acerca de las clases altas, los oficinistas, la violencia de género, el sueño americano trasplantado a Polanco… Son opiniones a la medida de un lector que consume papillas inofensivas y sólo espera lo que desea escuchar: por ejemplo, la prueba de que la socia mayoritaria de un despacho de abogados debe por fuerza despreciar a sus empleados domésticos. Y así por el estilo, con tal convicción que en muchos casos los cuentos terminan exhibiendo las mismas taras que abominan a través de sus personajes: falta de ambición, un cómodo lugar desde el cual todo resulta en blanco y negro.

En la nota de cierre, Alma Delia Murillo se siente llamada a declarar lo siguiente: “sé, por los tiempos que corren, que más de una persona encontrará ofensivos estos relatos”. ¿Ofensivos? No, claro que no. Son abandonadamente inofensivos, tan… cándidos, tan… autocomplacientes, tan a la altura de un gusto sin complejidades ni tormentos, que hacen pensar una vez más que mucha de la literatura que se publica en estos días no entiende nada de jerarquías y mucho, en cambio, de nivelación de las ideas y los sentimientos.


Cuentos de maldad (y uno que otro maldito)

Alma Delia Murillo | Alfaguara | México | 2020

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