Curar por la palabra: el origen poético de la medicina

Escolios

La curación de las enfermedades y congojas tuvo un aspecto sapiencial y chamánico, cuya estela permanece en la solidaridad humana actual.

La empatía y la buena comunicación entre médico y paciente juegan un papel importante en muchos tratamientos. (Ilustración vía Mixkit)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Las enfermedades indescifrables o las epidemias ponen a prueba la medicina y la remiten a sus orígenes más antiguos. La curación de las enfermedades y congojas, amén de su faceta protocientífica, tuvo un aspecto sapiencial, poético y chamánico. Como señala Pedro Laín Entralgo en La curación por la palabra en la antigüedad clásica (Antrophos, 2005):

“Frente al hecho aflictivo de la enfermedad, el hombre homérico empleó, industriosa o creyentemente, fármacos, intervenciones quirúrgicas, remedios dietéticos, ritos catárticos y palabras”.

Una parte fundamental del consuelo del enfermo pasaba por esas palabras escogidas que afinaban la conciencia, guiaban las acciones reparativas, reconstituían el ánimo, avivaban la esperanza y ayudaban a expulsar el mal. En la Ilíada, por ejemplo, la peste que aquejaba a los aqueos sólo se revirtió cuando, tras consultar a un adivino, éstos resarcieron su injusticia y se excusaron con los dioses. Por lo demás, en las numerosas batallas y peripecias homéricas los heridos eran aliviados tanto con prescripciones médicas y dietéticas como con fórmulas mágicas, ensalmos y decires placenteros.

Aun ahora, al lado de los exámenes de laboratorio, los sofisticados medicamentos y las modernas intervenciones con tecnología de punta, la empatía y la buena comunicación entre médico y paciente juegan un papel importante en muchos tratamientos. Por eso, algunos médicos no dejan de considerar su disciplina como un arte.

En Catarsis. Sobre el poder curativo de la naturaleza y el arte (Acantilado, 2010), Andrzej Szczeklik evoca la dimensión integral y arcaica de la medicina y la compara con muchos de los nuevos avances. Se trata del análisis de un profesionista actualizado de la medicina, pero también de un hombre con agudo sentido de las proporciones y de la fragilidad de lo humano. La medicina, sugiere el autor, está lejos de ser una ciencia exacta y si bien en su ejercicio hay certezas y regularidades, también hay numerosas excepciones. Por eso, pese a la evolución del conocimiento médico, en ocasiones diagnosticar una enfermedad tiene mucho de adivinación y más cuando se trata de un mal insidioso y cambiante.

Así, allende las hazañas recientes en materia de descubrimientos y tratamientos, hay un amplio territorio de zonas grises y la respuesta del médico ante muchas enfermedades suele ser de azoro e impotencia. Frente a los arcanos de las enfermedades incurables o de las plagas arrasadoras, hay poco qué hacer, quizá para disminuir el dolor se acuda a sedar al paciente, lo que limita el sufrimiento onomatopéyico, pero no cambia la postración, vulnerabilidad y casi segura extinción del enfermo. Como dice Szczeklik:

“Cuando detrás de la puerta yace un enfermo a quien no hay mucho que ofrecer, la mano se retrae instintivamente antes de girar el pomo. Sin embargo, siempre queda una cosa: la presencia. La presencia como muestra de simple solidaridad humana. La presencia: el último deber del médico”.

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