Crónica de una invisibilidad anunciada | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

La elección del monumento que sustituirá a la estatua de Colón en Reforma, originalmente comisionada al artista Pedro Reyes, abrió una discusión sobre la potestad creativa, la identidad y las representaciones.

Pedestal donde se encontraba el monumento a Cristóbal Colón en Reforma. (Foto: Araceli López | MILENIO)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Hace poco salió en los periódicos una noticia sobre la creación de un Museo de Arte Invisible en Nueva York. Es un museo de arte conceptual en cuyos espacios, repletos de invisibilidad significativa, figuran unas fichas en las que los artistas describen cada obra. El espectador sólo la imagina y ya está; hay hasta quien la compra si es de un artista connotado. Lo mejor, me imagino, es que no hay que pasar el plumero ni pagar restauradores. La verdad, me pareció una gran idea. Mientras el pedestal del antiguo monumento a Colón permanecía vacío, pensé que lo mejor sería dejarlo como un monumento de arte invisible: cada tanto, alguien podría poner una ficha descriptiva y cada quien imaginarla. Por ejemplo, algo que ahora se usa mucho: “Gran Salvador de la Patria en la lucha contra el neocapitalismo neocolonial”. Con la ventaja de que para sexenios próximos podría sustituirse la ficha por otra que dijera: “Salvador de la patria número 14, en su lucha contra el Salvador de la patria anterior y el neocapitalismo neocolonial”, por ejemplo.

En esas estábamos, cuando supimos que la nueva estatua, en lugar de la de Colón que señalaba para dónde está Europa, por si se ofrecía, iba a ser la de una mujer indígena. Me pareció muy bien, ¿pero cuál de todas, a ver? Porque culturas tenemos muchas. Luego me imaginé una ficha de arte invisible que diría: “Mujer indígena representativa de todas las culturas de nuestro territorio”. Que cada quien discurriera para sus adentros la que le pareciera más representativa y hasta la podría vestir a su gusto y todo. Luego resultó que la estatua era verdadera y se la encargaron a un escultor de Coyoacán. Bueno. Gran discusión. Pero para mí eso no era lo grave ni mucho menos, sino que sólo sería la cabeza.

¿De verdad? ¿Una cabeza? Igual que Sebastián cuando reinterpretó al Caballito: lo redujo a una cabeza enorme de caballo de ajedrez. ¿Alcanzarían a hablarse a gritos la cabeza del caballo de Sebastián con la cabeza de la mujer por todo Reforma? Les podía contestar aullando la cabeza de Juárez que se llevaron no sé a dónde (quizá al limbo donde vivirá la estatua de Colón) y hasta alguna cabeza olmeca les mandaría mensajes por telepatía desde Tabasco.

Por ventura, una carta de protesta ha descabezado a la cabeza. Ahora se formará una comisión que decidirá quién realiza la estatua, de preferencia una artista indígena que seguramente tendrá mejores ideas y espero le ponga manos, piernas y todo lo necesario. Pero de aquí a que se decida cómo, quién y cuándo, en nuestra ciudad prosperará el arte invisible: como están las cosas, quizá es el único que en realidad podemos soportar.

AQ

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