Detener el tiempo | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

Ante los lamentos por el pasado o la incertidumbre del futuro, mejor el presente, que siempre es tranquilizador, donde uno es uno y su circunstancia.

Jonas Kahnwald, de 'Dark'. (Netflix)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Lleva dos fines de semana viendo con su familia la serie alemana Dark, con su elaborada trama sobre el tiempo y esos viajeros que lo recorren por las entrañas de una cueva radioactiva.

La serie apasiona con su curiosa mezcla de estilos, géneros, estéticas y la calidad de los actores. Además, el viaje en el tiempo da pie a muchas fantasías, especialmente en esta época. Por ejemplo: si pudiera regresar al momento en que empezó todo esto, ¿podría evitarlo de alguna manera?

Se imagina en un avión a China, al mercado de Wuhan donde se supone comenzó el virus, pero ¿cuándo exactamente? ¿Sería cierto lo del chino y el murciélago? ¿Y cuál chino, cuál murciélago, en qué momento? Lo del murciélago y el pangolín sería más difícil aún. Por otro lado, no habla chino y no le alcanza el dinero para viajar a Oriente.

Mejor las fantasías de regresar en el tiempo para evitar catástrofes se van a otras épocas: el 18 de septiembre de 2017, por ejemplo, para avisar que habrá un temblor, o más aún, el de 1985. ¿Y alguien le creería? ¿A quién se lo diría? La imaginación se traslada mejor al terreno personal: revertir catástrofes de orden familiar, aunque eso siempre resulta extraño.

Como siempre lo advierten las películas y las series, el cambio de circunstancias del pasado alteraría el presente de manera imprevisible: quizá todo sería peor, las personas que ahora ama no habrían aparecido en su vida o más trágico aún, ni siquiera nacerían. O quizá, como sucede en Dark, su intervención provocaría justo aquello que quería evitar. Regresaría quizá a la calle de su infancia tan sólo a observar. O a momentos de gran felicidad en los que sería una extraña.

¿Y el futuro, viajar al futuro con la curiosidad de saber qué ocurrirá? Las elucubraciones sobre el futuro son distopías, utopías como las escritas por Verne o por H. G. Wells resultan ahora impensables. Recuerda cuando vio Blade Runner, allá por los ochenta: la película le pareció admirable, entre otras cosas porque el futuro que proponía era mucho más verosímil que un futuro perfecto, de diseño aeroespacial: era sucio, con ciudades destruidas, gente enferma. Y tranquilizadoramente hermoso a su manera, con androides trágicos y planetas habitables como de Ray Bradbury, pero contaminado. Desde entonces para ella el futuro ya no es lo que era: ni Barbarella, ni 2001: Odisea del espacio, ni, desde luego Los supersónicos.

Todavía no hay androides ni colonias espaciales; mejor no viajar al futuro, pero quizá, piensa, a partir de ahora mejora la cosa. O eso dicen, que ya no será igual. ¿Será? Mejor el presente, que siempre es tranquilizador, el presente donde uno es uno y su circunstancia. En todo caso, mejor termina de ver Dark.


ÁSS

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