Hay discursos parecidos a los chiles en nogada: digamos que revueltos y enredados en su contenido —difícil de dilucidar; ¿es carne, es fruta, es semilla?—, fritos y capeados con mucho huevo para que se inflen, recubiertos con una salsa inocentemente blanca pero bien espesa y adornados de manera festiva, casi a manera de confeti, con los colores de la bandera nacional. Esos discursos, que en estos años hemos escuchado con demasiada frecuencia, cada mañana, a contrapelo de los verdaderos chiles que son deliciosos, tienen en común con ellos el resultar invariablemente pesados o indigestos.
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Salvador Novo llamó a los chiles rellenos “el clímax del mestizaje gastronómico” en sus Historias y recetas de cocina, tan sabrosas como los platillos que describe: “… de queso, de picadillo; con pasas, almendras y acitrones; capeados en huevo batido; fritos, y por fin, náufragos en salsa de tomate y cebolla con su puntita de clavo y de azúcar. Para coronar un arroz con chícharos; para, a trozos, verse acompañados con frijoles refritos en el viaje que los arropa en el abanico de tortilla caliente que sostienen —cuchara comestible— dos dedos diestros hasta una ávida boca, ya hecha agua. O la orfebrería coronada de rubíes de los conventuales chiles en nogada”.
Será por eso, porque en su origen hay batallas y mucha política para ponerse de acuerdo, que muchos elementos de nuestra mexicana vida son como los mentados chiles: enredados, vestidos de blanco, pesados como una piedra pero eso sí, muy adornados como esa prosa de don Salvador. Pasa con las discusiones con los agentes de tránsito, con los discursos que ya dije, con los trámites, con las ofertas comerciales y con los anuncios terribles bien capeados para que nadie se ofenda demasiado y se desate de nuevo la guerra de Independencia o la Revolución, aunque por lo visto al narco los chiles en nogada le hacen lo que el viento a Juárez.
El caso es que en estos días habrá competencias de chiles en nogada —en algunas partes les quitarán lo capeado o incluso la carne para hacerlos menos indigestos y engordadores, más engañosamente puros en sus intenciones— y también de pozole. El pozole es otro tema, desde luego, e involucra sacrificios, desde los que se practicaban en lo alto de la pirámide y se siguen practicando cada mañana junto con el discurso en nogada, hasta aquellos que hay que hacer para conseguir buen maíz cacahuazintle, según se escucha en las calles de nuestra populosa ciudad. La pregunta es: ¿valdrá la pena? Yo creo que ya me comí el chile que correspondía al mes de agosto y en ese rubro he cumplido con mi patriótico deber. Del pozole después hablamos.
AQ