Nada más lindo que levantarse un domingo temprano, escribir un decálogo y lanzarlo a los cuatro vientos. Habrá quien se tome los decálogos muy a pecho, quien se sienta ofendido por reglas absurdas, quien se pregunte por qué diez mandamientos, diez pecados, diez dedos de las manos, diez perritos.
Será por el encierro que el pensamiento da vueltas en la habitación y no logra producir sino cosas numeradas, diez días de contar historias en lo que pasa la sombra de la peste, como hicieron los personajes de Bocaccio.
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Los decálogos más honestos —pienso mientras busco diez calcetines perdidos, diez libros que leer, diez ingredientes para diez ensaladas— son los que recetan los cuentistas, desde aquel escrito por Horacio Quiroga. A fin de cuentas, no son sino ficciones pensadas para producir ficción, a diferencia de los decálogos que escuchamos en los púlpitos. Javier Perucho recopiló algunos en su antología de minificción El cuento jíbaro, que editó Ficticia hace algunos años; entre ellos figura, por supuesto, el célebre de Monterroso.
De Josefina Estrada es esta frase, buena para nuestro tiempo: “Relatar sin ningún temor a las palabras”. Y esta de José de la Colina: “Dios, si existiera, sería un cuento corto… aunque eterno”. O la de Juan Villoro: “Si no sabes a dónde vas, detente, mira el techo, cuenta hasta diez, bebe un whisky. Las historias avanzan del final al principio”. Inspirada por ellos y otro más, me levanté un domingo a escribir mi decálogo de escritora de cuentos en pandemia:
- Escribe siempre: escribe que escribes y que te escribes escribiendo; a veces escribir ayuda a no pensar.
- Comienza por el principio y concéntrate en el desarrollo. El golpe sorpresivo final puede llegar en cualquier momento.
- No todos tus personajes tienen que estar enfermos.
- Imagina dónde pasarás el año próximo, cuando salga el boom de novelas sobre el coronavirus. Después escribe.
- El cuento se puede interrumpir en cualquier parte y en cualquier momento, ya lo sabes; sólo trata de no poner punto y coma cuando pasen las ambulancias.
- Escribe sin pensar en las editoriales y si quedarán editoriales donde publicar después de esto: lo más seguro es que habrá que fundarlas otra vez.
- Cuando desesperes, busca a tu contertulio de confianza; de preferencia llámalo por teléfono, ese viejo teléfono que tiene un cable, ¿recuerdas?
- No confíes en que tu gato te traerá la inspiración: a estas alturas, tus mejores ideas han quedado sumergidas en su plato de croquetas.
- Ayuda a tus vecinos aunque se te difuminen las ideas; aprovecha y vive, lo escrito antes será más que suficiente.
- Ya no leas tantos periódicos. A los discursos oficiales, responde siempre con el estornudo de cortesía.
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