Sin la confianza casi ciega en ciertas promesas, sin la imaginación contrafáctica o el empeño utópico, probablemente seríamos una especie más uniforme, más gris y más precaria. Procesos medulares de la civilización, como la aparición y evolución del dinero o el despliegue del lenguaje, requieren una profesión de fe en lo hipotético. El dinero, particularmente el dinero fiduciario (como el papel moneda) que carece de valor intrínseco, constituye una metáfora que posibilita una evolución inusitada en la producción y los intercambios humanos. El dinero fiduciario cambia el sentido del tiempo humano debido a que, al abstraer el valor de lo material, le brinda a los medios de pago, una liquidez, una homogeneidad, una universalidad y una proyección inusitada en el futuro. Así, aunque el dinero fiduciario no tiene un valor material en sí mismo, una colectividad se lo confiere gracias a la confianza de que podrá ser canjeado por bienes en cualquier momento, de que sirve para almacenar valor y de que funciona como indicador para determinar los precios de bienes y servicios.
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En su libro Dinero, lenguaje y pensamiento, el crítico literario Marc Shell (Canadá, 1947) hace una biografía conjunta de estos flujos prodigiosos que han dado forma a la historia humana. Con exigente erudición, Shell analiza la caracterización del dinero en grandes obras literarias, como El mercader de Venecia de Shakespeare o el Fausto de Goethe, pero, sobre todo, establece significativas analogías entre dinero y lenguaje.
En efecto, señala Shell, existen semejanzas entre las transferencias de bienes que propicia el dinero y las transferencias de significados que propicia el lenguaje. Si para el individuo el flujo que le mantiene vivo es la sangre, para el cuerpo económico es la circulación del dinero y para el cuerpo social, la circulación de las palabras. Tanto en el caso del dinero fiduciario, como en el del lenguaje, es menester dar crédito, es decir, suspender la incredulidad espontánea ante un dinero que carece de materialidad o ante un lenguaje, como el humano, que no tiene conexión garantizada con la verdad. La certidumbre en el lenguaje se finca en la sobriedad y seriedad en su uso, así como en la correspondencia más o menos lógica entre la enunciación y la realidad, mientras que la certeza en el dinero proviene de la prudencia y responsabilidad en la emisión monetaria.
El dinero debe ser convertible y las promesas de pago deben honrarse, lo mismo que la palabra debe ser entendible, confiable y apegada a la buena fe. La decadencia monetaria y lingüística también constituyen procesos muy similares: en lo que atañe a la primera, emisión inmoderada de circulante, inflación, pérdida acelerada del poder adquisitivo del dinero y desconfianza extrema en el signo monetario; en lo que se refiere al lenguaje, uso excesivo de la palabra, pérdida de su veracidad y variedad de significados e inoperatividad del habla para comunicarse y crear consensos.
AQ