Disfraces del mal | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Con frecuencia el verdadero mal se disfraza tras la fachada de lo que en apariencia es bueno y luminoso para anular la libertad de los otros.

La serie 'Irma Vep' imagina una nueva versión del clásico de 1915 'Les Vampires'. (HBO Max)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

En la últimas semanas estuve viendo una serie de lo más recomendable, Irma Vep, que recrea en distintos planos —pues es como la filmación de la filmación— una película muda en episodios dirigida por el francés Louis Feuillade en 1915, Les Vampires, de la que incluye escenas originales maravillosas.

Tras haber realizado su exitosa Fantomas, Feuillade filmó este serial de acción y misterio cuyos “vampiros” eran una banda de delincuentes donde figuraba la misteriosa cantante de cabaret, Irma Vep (anagrama de Vampire), actuada por la actriz Musidora.

Musidora, su nombre original era Jeanne Roque, encarnó junto con Theda Bara (otro anagrama: arab night) la figura de la vamp, la mítica vampiresa que seduce a los hombres buenos, es mala, muy mala, y usa unos disfraces maravillosos, como aquel leotardo negro con alas de vampiro que Irma Vep usa para recorrer las azoteas parisinas, o el traje de Cleopatra que inmortalizó a la actriz norteamericana. Pero tanto Theda Bara (Theodosia Burr Goodman) como Musidora fueron mucho más, especialmente Musidora, quien dirigió varias películas —las primeras adaptando novelas de Colette— y fue novelista, poeta y compositora, además de musa de los surrealistas. Y a Theda Bara se atribuye el haber dicho “tengo la cara de una vampiresa, pero el corazón de una feminista”, pues se dice que la vamp, cuyo epítome sería Marlene Dietrich en El ángel azul, fue una reacción a los movimientos sufragistas de comienzos del siglo XX.

Ay, aquellas mujeres que debían disfrazar su nombre y sus atuendos para encarnar la libertad del arte, ese que en la versión actual de Irma Vep confiere a la protagonista un poder fantasmal que le permite atravesar, literalmente, los muros. Porque estas vampiresas eran, por encima de todo, artistas, y sus personajes enigmáticos surgían del reino de la imaginación. Su aura fantástica de ojeras góticas superaba en mucho la categorización de mujeres malas que atraía el morbo del público y a la vez les daba una inopinada libertad creativa.

Ay, el mal. Con frecuencia el verdadero mal se disfraza tras la fachada de lo que en apariencia es bueno y luminoso: la religión, la justicia social, la pureza, para anular la libertad de los otros. Sobre el aberrante atentado contra Salman Rushdie, Roberto Saviano, otro perseguido, escribió en un texto que salió en El País: “Rushdie se salvó con la literatura, es decir, practicando el mundo de lo posible, creando mundos, sondeando relaciones, convirtiéndose en sí mismo: un hombre que experimenta la vida y no un mártir”. Un hombre libre que ejerce su arte, esa libertad que tanto provoca y tanto molesta a los que viven de parecer siempre buenos.

AQ

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