Eduardo Lizalde, el fatalista

Poesía en segundos

Duro cuestionador de las ideologías políticas, el poeta ha sido hecho a un lado de la vida intelectual presente... ¿Qué significado tiene eso para la literatura mexicana?

Lizalde cumplió 90 años el pasado 14 de julio. (Foto: Jorge López)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Aunque fue decepcionante la manera como la Secretaría de Cultura decidió prescindir de la labor de Eduardo Lizalde como director de La Biblioteca México y de su excelente revista, era previsible que esto ocurriera, no en razón de la edad —en el gobierno hay veteranos— sino de la posición política y literaria del magnífico poeta mexicano, que acaba de cumplir lúcidamente 90 años.

¿Qué significado tiene para la literatura mexicana y para nuestra vida intelectual hacer a un lado una figura de estas proporciones, sólo comparable en importancia crítica a Gabriel Zaid? En el terreno de las letras, el abandono cada vez más profundo de la comprensión de que en la poesía, y el arte en general, “la forma es fondo”; y que toda representación de la grandeza de la vida y de los conflictos humanos inevitablemente pasa por un todo interior riguroso y por una síntesis excepcional alejada de las soluciones fáciles y del gusto olvidadizo de la multitud temblona. En la obra poética de Lizalde, sobre todo en La zorra enferma, Caza mayor y Eróticos y tabernarios, observamos a lo más común y nimio devenir en Idea y, al mismo tiempo, en presencia física de un lenguaje concentrado, poderoso y cruel. Basta con echarle un ojo a su poema “Gran canario”, “que no se conformaba con ser Él,/ con existir a solas,/como fiera en su jaula portentosa”, para observar un efecto de suspensión de la cháchara cotidiana y la apertura a un terrible fatalismo escatológico donde el canario —que es Dios— se devora a sí mismo en maligna creación. Una poesía a lo Becket mejor que Becket.

¿Y en el terreno intelectual? El descarte de Lizalde explica el rechazo de la conciencia de que las cosas del mundo están mal no sólo por la operación salvaje del capitalismo sino por la truculencia y la falta total de conciencia crítica de la llamada izquierda, que en sus formas más típicas fue tan sangrienta como las ideologías de derecha en el siglo XX. Ambas llenas de maniqueísmo y caza de brujas. En este plano, Lizalde ha sido un duro cuestionador y si no ha construido una obra teórica alrededor de su denuncia, cosa que muchos esperaron y no deja de ser un vacío y hasta un defecto no haberlo hecho, sí contribuyó a que no pocos abrieran los ojos. Sin embargo, en sus poemas sobre “César”, nos ha mostrado su visión aciaga de los tiempos modernos y de la vida política: “César,/ tú no desciendes a la mala y fácil,/ roma literatura de las amas de casa./ Simplemente la compras para el pueblo”. Las compras que hará el FCE.

En la poesía de Lizalde hay un regusto siniestro, que muestra el amor, la hermosura, el paso del tiempo, los sucesos grandes o pequeños como realizaciones mediocres o malas y, con más frecuencia, calamitosas. Por eso la luz “arrastra en su desastre todo lo que ilumina”. Él es, por lo menos en una de sus mejores facetas, un fatalista. Seguro en su poesía podemos hallar una respuesta más cierta y aguda a las oscuras preguntas de nuestra hora.

ÁSS

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