¿El agosto de la familia García Barcha?

Al margen

La novela póstumamente publicada en contra de la voluntad del Nobel de Literatura colombiano muestra apenas algunos destellos de su usual brillantez.

Portada de 'En agosto nos vemos', de Gabriel García Márquez
Alma Gelover
Ciudad de México /

En agosto nos vemos (Diana, 2024), la novela inédita de Gabriel García Márquez, ha sido motivo de críticas y discusiones porque sus herederos, en vez de respetar la voluntad de autor y destruirla, decidieron sacarla a la luz. La obra cuenta con la impecable edición de Cristóbal Pera, gran conocedor de la obra del Nobel colombiano, con quien trabajó la revisión final de su libro de memorias Vivir para contarla y la edición de Yo no vengo a decir un discurso, que recoge veintidós textos que García Márquez leyó ante el público entre 1944, en un fin de cursos escolar, y 2007, en el Congreso Internacional de la Lengua Española en Cartagena, Colombia, donde dijo: “desde que tenía 17 años y hasta la mañana de hoy, no he hecho cosa distinta que levantarme temprano todos los días, sentarme frente a un teclado, para llenar una página en blanco o una pantalla vacía del computador, con la única misión de escribir una historia aún no contada por nadie, que le haga más feliz la vida a un lector inexistente”.

En el libro se encuentran destellos —solo eso, destellos— de un fabulador deslumbrante, pero en conjunto no alcanza la altura de las novelas que escribió de principio a fin, no se diga de obras maestras como Cien años de soledad o El otoño del patriarca.

En la novela, una mujer —Ana Magdalena Bach, casada, atractiva, de 46 años— visita la tumba de su madre en una isla polvorienta, siempre en la misma fecha: 16 de agosto. Es un viaje rutinario de un día y lo hace sola, pero una noche conoce un hombre y desde entonces comienza un rito que se repite anualmente.

El libro es agradable, se lee bien y rápido, pero como escribió Álvaro Santana Acuña, especialista en Gabriel García Márquez, en The New York Times: es “la obra sin pulir de un maestro anciano. Es así como deber ser leída”. Enseguida agrega: “Los herederos de los artistas deben acatar sus deseos, pero también deben pensar en su legado, el cual a veces se protege mejor poniendo las obras, por imperfectas que estas sean, a disposición de los lectores de las siguientes generaciones”.

Quizá, para muchos, el profesor Santana tiene razón; muchos otros, sin embargo, estarán de acuerdo con la afirmación de José Emilio Pacheco: “en general no se le hace ningún bien a un escritor publicando lo que no dejó terminado”. Y menos aún cuando el escritor era un genio que le ha hecho feliz la vida a millones de lectores en el mundo.

AQ

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