Bajo la personalidad explosiva, claridosa e insumisa de Ricardo Garibay, se agazapaba un escritor con una aguda conciencia del sufrimiento y la compasión y con una de las prosas más enérgicas y floridas del idioma.
La biografía de Garibay, tan utilizada por él mismo como material literario, muestra una vocación indeclinable que se lanza a bofetadas contra todos los obstáculos. Nada parecía indicar que este hijo de una modesta familia, sin pedigrí intelectual, se fuera a convertir en escritor; no obstante, como lo plasma en su tierna y a la vez desgarradora memoria, Fiera infancia, el aspirante descubrió por azar la capacidad de evasión y redención de la literatura y, para cultivarla, enfrentó las circunstancias más adversas de miseria, incomprensión y despotismo paterno.
En su jocoso anecdotario, lleno de vena popular y de picaresca intelectual, Cómo se gana la vida, Garibay cuenta cómo, en la juventud, ejercita su sensibilidad social y literaria en las más diversas y excéntricas vocaciones y oficios, lo mismo la abogacía o la filología que la venta ambulante, el boxeo o la inspección de burdeles. Este abigarrado fondo vivencial, combinado con la gimnasia del periodismo, forja un oficio extraordinario, una ostentosa habilidad para crear personajes, tejer tramas y, sobre todo, recrear lenguajes. Con ello construye una obra torrencial de la que, aun quitando los muchos momentos reiterativos, pueden extraerse varios clásicos.
Por ejemplo, Beber un cáliz esa joya de la narrativa elegiaca, esa desgarradora crónica de la enfermedad y la agonía del padre que, con su precisa brutalidad y su herética desesperación, alcanza el rango doloroso de la gran poesía. Garibay muestra un talento único para describir el suplicio físico y describe la decadencia de un cuerpo invadido por las dolencias, preso de la incontinencia y la debilidad, sujeto a la tiranía de los forúnculos, las llagas o los malos olores hasta que la muerte lo desfonda.
Con todo, la autobiografía no es la única inspiración de Garibay, quien también fue artífice de mundos y personajes memorables como los de Par de reyes, una novela que, en una etapa en que el tema campirano parecía anacrónico, retoma los paisajes rurales del norte del país y, con aliento épico y una imponente transfiguración del lenguaje popular, relata la fatal cadena de venganzas que les está predestinada a los hermanos Hierro. La creación de atmósferas, el ritmo hipnótico del lenguaje y la tensión trágica hacen de este libro uno de los más logrados testimonios de la imaginación agonística del escritor.
La obra de Garibay está llena de emociones fuertes: los resentimientos son hondos, los amores locos y los sentimientos filiales exaltados, pero también de una depurada técnica y una elevación poética del habla. Cierto, Garibay no sólo era el narrador capaz de atrapar al lector con su maestría, sino el poeta preocupado por el peso y la cadencia con que resonarían sus palabras en el alma de sus lectores.
AQ