El futuro de la literatura: ¿qué historias nos deparan los libros?

Libros | A fuego lento

Las letras no se intimidan ante una realidad aterradora e incierta; al contrario, ya es posible vislumbrar los futuros caudales de la narrativa mexicana.

A veces, la literatura se mueve en contra de la realidad, transformándola. (Foto: John Michael Thompson | Unsplash)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Si ya el presente me resulta aterrador, no otro sino el presente mexicano, con el que me duermo y me levanto cada día, no encuentro motivos para imaginar un futuro distinto. No, al menos, cuando soplan vientos amenazadores sobre la política, la economía, la salud, la educación. La coartada del pesimista juega a mi favor, sobre todo ahora que el victimismo y el resentimiento han tomado la tribuna.

Y sin embargo, y sin embargo… La literatura puede tener fines propagandísticos y servir a iluminados y reyezuelos, pero la mayoría de las veces se mueve en contra de las creencias dominantes y aun de la realidad, negándola o transformándola. De modo que, echando un vistazo por los dominios de la narrativa mexicana, se me antojan algunas visitas al futuro que, no podía ser de otra manera, ya están contenidas en el presente.

La más sonora y telúrica será la presencia cada vez mayor de la narrativa escrita por mujeres. Ahora que un enemigo invisible ha redefinido las posibilidades del cuerpo y, por tanto, ha exaltado los riesgos del contacto físico, no me parece improbable el aumento de novelas en las que el cuerpo, desde la experiencia femenina, se mostraría vulnerable, invadido, mancillado. Quiero decir: lo que probablemente leamos no será sino una prolongación del pasado y la indignación.

La visión del cuerpo vulnerable, es decir, la exposición de la intimidad marcada por el miedo y el dolor podría restarle argumentos a la llamada novela del narco, tan dada a convertir la nota roja, uno de los rostros más sórdidos de la arena pública, en objeto de entretenimiento. Aunque, pensándolo bien, qué autor con aires de vengador social dejaría pasar la oportunidad de animar las mañanas y tardes radiofónicas. Lo que también significa que las historias edificantes en las que un político impresentable y corrupto, y de un pasado remoto, pisa la cárcel después de los buenos oficios de un reportero de conducta intachable seguirán prosperando como artículos de sobremesa. Así que hasta el momento tengo una buena noticia y dos malas.

Un futuro con demasiadas semejanzas en relación al presente debería llevar a cuestas una buena dosis de indiscreciones confinadas en la autoficción, himnos tronantes al yo, las luces de una magnífica soledad encomiada desde sus fermentos más jugosos. Debería cargar igualmente con la cháchara disfrazada de prosa poética simplemente para no decir nada.

Por lo demás, y en vista de que a veces conviene darle la espalda al mundo, seguiremos leyendo aquellos libros escritos por amantes del lenguaje, aves raras en un mundo que despreciará el conocimiento y sus frutos intelectuales.

Tampoco es infructuoso pensar que las proyecciones anteriores nunca tendrán lugar, que la imaginación literaria será sustituida por un ¡hosanna! que ocupará nuestras cabezas durante todos los días de nuestras vidas insulsas hasta que la muerte nos alcance.

AQ​ | ÁSS

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